Capítulo 2
Creer en fantasmas o no
“—¡No
te vayas! —la chica le insistía al joven, mientras sus manos tomaban las de él
suavemente.
Los
dos estaban muy cerca de la puerta de salida. Ella mostraba una actitud de
temor a quedarse sola, pues sería la
primera noche que se la pasaría así en esa pequeña, pero acogedora casa que
estaba rodeada de árboles; rodeada, como queriéndola proteger de algo; los mismos,
se asemejaban a grandes custodios que la guardaban celosamente del acecho de la
noche.
Dentro,
la conversación continuaba.
—Tú
ya sabes que es urgente la razón por la que yo salgo. Necesito salir, no es si
quiera o no. Por lo tanto, debo irme, ya —dijo el chico quitando suavemente las
manos de ella de sobre las de él. Su actitud era de preocupación y a la vez de
urgencia. Abrió la puerta y quiso salir, esto hizo que un aire frío entrara
haciendo que la mujer se encogiera de hombros, pero reaccionó rápidamente para
detenerlo nuevamente.
—No
—Balbuceó y con su mano se asió de la chamarra de cuero negro que él traía
puesta.
—¡No
insistas tanto! —rugió, quitándole ahora bruscamente su mano y salió sin más.
La
cara de ella palideció. Se quedaba sola completamente en la casa. Lo que tanto
había temido. No le quedó de otra a la muchacha que dejarse caer sin ánimos y
al mismo tiempo, miedo, en el sofá grande de color verde soldado que se
encontraba justo detrás de donde estaba parada discutiendo segundos antes con
su pareja.
Ella
permaneció viendo televisión por un tiempo en la espaciosa sala. Con cierto
temor volteó a ver las ventanas que se encontraban detrás y a la izquierda de
su asiento, pero más celosamente hacia la puerta principal, por donde apenas
sólo hacía unos instantes había salido su esposo, de prisa.
No
quería moverse, ¡tenía miedo! Fue el miedo, quizá, el que hizo que se
presentara su necesidad fisiológica. Como autómata se levantó, camino de frente
en línea recta atravesando lo ancho de la habitación y se dirigió a una
entrada, que no contaba con puerta, misma que daba paso a la única recámara que
había en la casa, que usaba ella y su marido, lugar donde únicamente tenía
baño. Se detuvo unos instantes en el marco y lentamente miró hacia su izquierda
para ver con detenimiento el cuarto con la luz apagada, lucía a oscuras. De
unos cinco pasos llegó hasta la puerta del baño, que estaba en la misma ruta
que llevaba; y la abrió sin ganas; sólo para llevarse la tremenda sorpresa de
que ya estaba ocupado. ¡Lo ocupaba una viejecita que volteó al oír abrir la
puerta y amablemente le sonrió! No sabía que hacer o decir, se encontraba ante
ella la anciana que vivía antes en esa casa, la cual le contaron había fallecido
hacía apenas unos meses atrás, y que no fue encontrada sino hasta que el
rentero se presentó para el cobro de la renta. La encontró tirada precisamente
en ese baño, donde ahora le sonreía a ella.
La
joven se quedó estupefacta por unos segundos, para después soltar aquel
tremendo grito”.
—¡Aaaaaaaaaaaaaahhhh!. —gritó Nancy.
Con el grito que escuchó, Xassena se
sobresaltó.
—¡Ay, ya bájale un poquito! —replicó.
Ella se encontraba sentada en la pieza más grande del juego de sala al lado de
la gritona, por lo que la aturdió; en otro de los sillones estaba Ángela, su
tía, quien al reír por el hecho, se le reflejaba unas arrugas prematuras,
aunque aún no fuera tan vieja, de unos 45 años. Su estatura era mediana, su
pelo color castaño y recogido en una coleta que llegaba hasta sus hombros.
Los hechos ocurrían en el recibidor
del departamento de ella. La luminosidad de la pieza dejaba ver lo rústicamente
adornado; apenas si tenía unos pequeños cuadros de imágenes de paisajes
colgados en la pared y una televisión algo vieja enfrente de donde estaban. Las
tres paticaban de espantos, para variar, pues se prestaba para eso.
Xassena nunca había tenido una
experiencia de ese tipo, solo lo que pasó en la fiesta, por lo que no se
mostraba muy convencida con el relato. Lo único era que el grito que había dado
su amiga en verdad si la había asustado, pues en su mente ella se iba
imaginando la escena según como la iban contando, y cuando escuchó el gritó, la
agarró de sorpresa provocándole la reacción que tuvo; pero más que nada la
había aturdido porque se encontraba muy cerca de ella.
Ya era de noche, la cual forraba con
su negrura el cielo y a la ciudad en sí, como si estuviera de luto. Las nubes,
cómplices, hacían lo suyo manteniendo nublado el firmamento volviendo más
tétrico el panorama.
Observando por la ventana, después de
unos segundos, volteaba hacia adentro para seguir escuchando a la narradora
aficionada, que continuaba con su historia.
—Después de esto, la chica se desmayó
y cayó al suelo —contó dándole énfasis a lo que decía y poniendo cara de
asombro—. Estuvo así no sé por cuánto tiempo hasta que el chico llegó y la
encontró tirada, igual como le pasó a la viejecita —Sonrió, dejando a la vista
sus dientes blancos, parejos y perfectos.
—¡Bah! —Contestó rápidamente Xassena y
continuó incrédula—. Yo no creo en fantasmas. Todo eso es parte de la
imaginación provocada por el miedo que tú misma dijiste la muchacha tenía de
quedarse sola, por lo que ya le habían contado de la viejita —detalló ella
devolviéndole la sonrisa a su vecina de asiento, también su dentadura era digna
de admirar.
Luego, la mujer mayor de todas
intervino volteando a ver a ambas:
—¿Quién sabe? De repente todo puede
suceder, acuérdense de lo que nos dijeron de la viejita de aquí también, de
este departamento, que es casi exactamente igual a lo que platicó Nancy, Xassena
—les recordó haciendo el ademán de poner las palmas de las manos hacia arriba y
abriendo los ojos, mientras subía las cejas, expresando con esto que esperaba
una respuesta acertada para eso, ya que dejó la pregunta en el aire.
Xassena insistió.
—Les repito, si tienes miedo, puede que si
llegues a ver algo; pero será producto de lo que ya tenías en mente y por
lógica tú creerás que lo viste, pero no, será tu imaginación, que clarito te lo
hará ver.
Xassena siempre vestía, cuando podía,
de jeans o pantalones de vestir,
luciendo así su delgadez, pues por su trabajo debía de andar vestida formal, ya
que se desempeñaba en el puesto de secretaria del Licenciado Malaou,
propietario de un prestigioso buffet
de firma de abogados muy importante de la ciudad, con quien se
llevaba de maravilla.
Nancy a la inversa de Xassena, si
creía en fantasmas.
—–A ver, ¿a ti te consta todos los
relatos que nos has contado?
—–No, no me consta todas las historias
que les he contado. Todas me las han contado.
Nunca imaginó que unos días más
adelante ella estaría en un hecho misterioso como lo sería precisamente la
fiesta de cumpleaños de la muerta a la que asistirían.
—–Ya dejémosle así mejor o…y así como
la de tu historia ya me dieron ganas de ir al baño a mí también.
Acto seguido se levantó del sillón y
se dirigió hacia allá, dejando a Nancy y Ángela sonriendo entre sí.
—–Ya está ocupado por la viejita —–le
dijo Nancy alzando la voz poniendo su
mano derecha sobre su boca para que tuviera más realce.
* * *
Esa noche que habían estado platicando
de sucesos de miedo todavía Xassena defendía su postura de su no creencia sobre
ese tipo de cosas y sobre todo de ser supersticiosa. Sin embargo, quizás, apartir
de esa vez le había despertado el gusanito de la duda al respecto. Era la noche
del martes, 5 días antes de la inusual fiesta del sábado.
Esa misma hoche, mientras ellas
platicaban, a la par se estaban suscitando hechos para llevarse a la práctica
un plan tan perverso teniendo como fatal desenlace la fiesta en honor a una
muerta.
En el sótano de la casona era la parte
en donde había actividad. Estaba una mujer de facciones muy hermosas; pelo
largo, liso y de un color rojizo; piel blanca y tersa; ojos almendrados con
tono a miel. Vestía un traje muy fino de color rojo que le sentaba de maravilla
por lo bien torneado de su cuerpo. Su aspecto, desde luego, contrastaba con el
ambiente del lugar.
El lugar era alumbrado solo con unas
velas encendidas. Ella estaba sentada sobre un tapete en el suelo y estaba
rodeada de baúles y cajas. Su mirada la tenía fija viendo hacia el frente. Daba
la apariencia como de una estatua.
El silencio sepulcral fue interrumpido
al sonar su teléfono celular; pero la mujer lo ignoró. Pareciera que la mujer
realizaba actividades raras como de meditación y no se había percatado del
sonido.
La fémina seguía con sus actividades
cuando escuchó otro ruido, pero esta vez si atrajo su atención y volteó hacia
la oscura pared de concreto de donde creyó que provenía con su rostro altivo
moviendo pesadamente el área de sus ojos.
En el exterior de la mansión un carro
lujoso de color negro, rodeaba la fuente por el sendero empedrado. Era
conducido por un hombre de apariencia apacible, la luz de la luna dejó que se
apreciara, porque lo que era la luz eléctrica de la casa, brillaba, pero por su
ausencia. Dicha persona era Josarian, quien llegaba en ese momento. Se
estacionó al pie de los escalones que llevaban a la puerta principal de la
residencia.
—–¿Por qué estará todo oscuro? —–Pensó
para sus adentros mientras se bajaba y volteaba para todos lados y luego
balbuceó —–. Parece como casa de misterio.
Al interior de la casa, hasta el
sótano la bella mujer intuyó de inmediato que se trataba de él y entonces
presurosa se levantó para salir a recibirle.
Josarian ya estaba entrando a la casa
y encendió las luces. La luz, que por supuesto era más intensa que la de la
luna, dejó verle que vestía de traje en color gris, debía de vestir así por el
rango de su puesto en la empresa donde trabajaba: la de dueño.
Se dirigió a su cuarto, que también estaba
a oscuras, pero que le dio solución, y no encontró a la persona que buscaba, por
lo cual bajó otra vez a la planta baja.
—–¡Ferenielle! —–vociferó Josarian.
Ese era el nombre de la misteriosa, pero elegante mujer—–. ¿Dónde estás?
—–preguntó en voz alta, mientras volteaba para todas partes.
—–Acá estoy amor. ¡Te esperaba más
tarde! —–respondió ella entrando por la puerta que llevaba hacia el jardín de
atrás, tratando con esto, de hacer creer a Josarian que se encontraba en esa
parte de la casa. Se había apresurado a salirse aprovechando cuando él había
subido a buscarle a sus habitaciones.
Se dieron un beso y abrazados se
encaminaron hasta quedar justo enfrente del rincón más privilegiado de la
mansión, y ahí comenzaron a platicar.
—–¿Por qué estaba todo apagado y no
hay nadie en la casa? —–preguntó él, en relación como encontró la casa y
refiriéndose a la servidumbre.
—–Ya sabes como soy yo, ¿de qué te
extrañas?, a veces me gusta estar completamente sola —–respondió Ferenielle
haciendo una mueca de disgusto que apenas pudo disimular—–. Les di la tarde
libre a todos y les pedí que no regresaran hasta mañana temprano.
Omitió el detalle de su encierro en el
sótano. Eso siempre lo hacía desde su infancia. Creía que todos eran pero muy,
muy inferior a ella. Tan así que en algún momento llegó al grado de que si
algún criado de la casa o asalariado le dirigía la palabra había llegado hasta
a vomitar, si, y había sido en varias ocasiones. Esa era la razón por la que
les pedía a los empleados que se fueran, todavía a la fecha.
El lugar más seguro para estar aislada
era el sótano, y siempre cuando estaba sola y podía, corría y se refugiaba en
él. Para ella ¡Nadie merecía de su compañía!
—–Muy bien, no hay problema —–él
siempre le daba su espacio—–. Lo que me preocupa es que te quedes completamente
sola, sería peligroso si entrara un ladrón —–dijo Josarian en tono preocupado y
volteando a ver hacia la pared y continuó—–. ¡Cómo me gusta admirar tu cuadro!
¡Te ves preciosa! —–exclamó subyugado, dando un giro de 180 grados a la
conversación, mientras veía con orgullo esa obra de arte.
Pero ella actúo de manera diferente a
como Josarian esperaba.
—–¿Sí? Estoy segura que lo mandaras
quitar de inmediato si yo llego a faltar primero —–dijo en tono de reclamo
Ferenielle. Tanto que hasta dejó de abrazarlo y se apartó de él haciendo un
gesto de desagrado, como si ya fuera a quitarlo en ese mismo instante.
—–De ninguna manera, nadie lo quitara
de ese lugar, ese espacio será tuyo por siempre —–le afirmó con mucha seguridad
él comprometiéndose, volviéndola a abrazar por detrás.
—–¿De veras, mi amor? ¿Ni siquiera si
otra mujer ocupara mi lugar? —–preguntó con ansiedad volteándolo a ver.
—–Ni siquiera por eso, mi nueva
compañera tendría que aceptar no mover para nada el retrato —–aseguró Josarian
agarrándole la barbilla viéndola tiernamente a los ojos y la besó.
El sonido del teléfono móvil de
Ferenielle los interrumpió. Ella vio rápidamente que se trataba de su amiga,
Yaníndore. Inmediatamente le pidió a su acompañante que se adelantara a subir
al cuarto para que la esperara haya. Le dijo que hablaría con ella sobre
detalles de los preparativos de su fiesta de cumpleaños próximo a celebrarse.
—–¡No tardes! ¡Te espero! —–Se
despidió el hombre con un beso y subió las escaleras.
—¡Hola, Yaníndore!,
¿por qué me llamas a estás horas? —contestó Ferenielle, haciendo un gesto
sutil, además de un suave ademán mesándose su saludable pelo.
Yaníndore, amiga
íntima de Ferenielle se encontraba de pie en medio de su lujoso cuarto
perfectamente adornado, en el cual, se apreciaba los más finos gustos: grandes
ventanales, cortinas de tela costosa, en cualquier rincón podía verse que no se
escatimó en gasto alguno. Yaníndore le contestó haciendo un movimiento de lo
más firme, fino y elegante volteando hacia a su derecha, dejando ver su hermosa
cabellera lisa y rubia, como si fueran cabellos de oro, cayendo sobre sus
hombros:
—Es que quería
confirmar si siempre saldremos mañana a realizar las compras para tu gran
fiesta —dijo haciendo una expresión preciosa al abrir completamente sus lindos
ojos negros, luciéndolos así junto con sus pestañas largas y estilizadas. Su
piel, blanca y tersa, hacía un perfecto complemento con sus facciones lindas,
además de su bien cuidada figura.
—Ya sabes de antemano
que si. Yo nunca he dejado nada a medias. Todo lo que empiezo. Todo lo que me
propongo; lo termino. —Presumió Ferenielle luciendo una expresión en su rostro
de lo más altivo.
—¿Qué hacías?
¿Interrumpí algo con Josarian? —Preguntó Yaníndore indiscretamente.
—No, para nada, le pedí que se adelantara. Yo me encuentro
abajo.
—Hace un rato te
llamé, ¿por qué no me contestaste? ¿Qué hacías?
—No escuché el timbre
—mintió Ferenielle—. Estaba muy ocupada en unas actividades.
Ferenielle y Yaníndore no se
percataron que alguien más había levantado el auricular para escuchar.
—–Y, si se puede saber, ¿cuál es la
verdadera razón de tu interés de la salida de mañana? —– preguntó directamente
Ferenielle.
—–Si, en efecto, esa razón tiene nombre:
René —–aceptó Yaníndore francamente—–. Quiero hablarle para que nos veamos
después de que hayamos terminado de hacer las compras, mi papá creerá que ando
contigo y pues, pienso aprovechar…
—–¡Lo sabía! —–Aseveró Ferenielle y
prosiguió dándole un tono melodioso a sus palabras —–Todas tus acciones siempre
con un fin que conseguir… —–escuchó un ruido y volteó a ver de donde provenía.
Era Josarian que bajaba las escaleras, al ver que no subía, decidió venir por
ella. Desde ese lugar le hizo una seña que ya cortara la conversación.
—–Amiga, tengo que irme, acaba de
llegar quien tú ya sabes, me está haciendo la seña que nos vayamos a dormir
—–dijo Ferenielle en tono de prisa.
—–Muy bien, hasta mañana entonces. ¡Ya
quiero ver a René! —–Exclamó Yaníndore antes de colgar junto con Ferenielle. De
nueva cuenta ninguna de las 2 se dio cuenta que en la biblioteca de la casa de
Yaníndore un tercero más colgaba también el auricular sumido en sus
pensamientos, los cuales no le favorecían para nada a la muchacha.
* * *
Al día siguiente Xassena andaba
apurada pues se le hizo un poco tarde. La razón era porque no tenía ánimos de
levantarse. Se levantó una primera vez y mientras se veía en el espejo le había
entrado un terrible presentimiento. Estaba segura que ese día pasaría un evento
que podría marcarle para toda la vida. No sabía que era y ese era su más grande
temor: a lo desconocido. Incluso llegó a pensar en morir. Finalmente se había
decidido a ir.
Su tía le preparaba el desayuno,
mientras ella se duchaba y cambiaba. Optó por ponerse un traje de color marrón;
conjunto de falda y blusa; unos zapatos de tacón bajito que hacían juego con su
atuendo y que fuera un regalo de cumpleaños de su madre.
Xassena salió de su cuarto y fue
corriendo a despedirse de tía Angie, quien traía puesto un delantal guindo, la
esperaba en la mesa con el almuerzo ya servido. Al entrar su sobrina, la tía de
inmediato vio y reconoció los zapatos que traía puestos, pues se les quedó
viendo, pero no dijo nada.
Aunque Ángela le insistió para que probara
bocado, Xassena tomó apurada solamente el jugo de naranja, pues no le daba más
tiempo para desayunar y se despidió rápidamente dándole un beso en la mejilla,
y la pariente presurosa solo ópto por ponerla en las manos de Dios.
* * *
En la residencia algo similar pasaba,
pero era Josarian quien se encontraba con las prisas. Esa misma mañana se le
presentaría un preludio de lo que sería el gran inesperado acontecimiento que
se avecinaba y que no se esperaba en lo absoluto. Le preguntó a Niembri, la
empleada doméstica, por Ferenielle, pues no había bajado aún; algo extraño en
ella, pues siempre andaba abajo y estaba presente cuando él se iba. No se podía
ir sin su beso de despedida. Niembri, como era muy tímida, si apenas le
contestó con un: “No lo sé señor, si quiere subo a decirle a la señora que
baje”, le dijo.
Josarian le contestó que no y,
después, él mismo subió. Más cuando abrió la puerta, la encontró todavía
acostada boca abajo.
—–Ferenielle, amor, ya me voy a
trabajar, dame mi beso de despedida —–pronunció aquéllo con voz cargada de
amor. Pero la mujer no le respondió, seguía boca abajo.
—–Ferenielle ¿qué tienes? —–preguntó
un poco impaciente. Acto seguido se acercó a ella y la volteó sin hacer ningún
esfuerzo.
—–Ferenielle ¿qué tienes? —–Volvió a
preguntar, sin obtener respuesta alguna de ella. Seguía inconsciente. Josarian
la movió como si fuera un muñeco de trapo, mientras ella seguía sin responder.
Él empezaba a preocuparse. Le habló a Niembri, quien de inmediato llegó al cuarto
al oír los gritos de alarma. Le pidió que le hablara lo más pronto posible a
una ambulancia.
—–¡Si, señor de inmediato! —–dijo
Niembri, mientras corría hacia la puerta, pero regresó rápidamente para hablar
desde el teléfono de esa habitación. Al levantar el auricular para realizar la
llamada, se quedó quieta al oír la ya familiar carcajada de triunfo de
Ferenielle, quien abrazó a Josarian con desesperación.
—–¿Qué tenías en mente cuando pensaste
que me perdías? —–preguntó con tono sensual ella, de saber que su marido puso
mucho interés en su persona.
—–Que me volvería loco y… —–contestó
el que estaba siendo puesto a prueba con voz agitada. Tenía acelerado su
corazón cuando pensó lo peor.
Ferenielle no lo dejó terminar de
hablar. Lo besó apasionadamente como pago de haber respondido tal y como ella
lo deseaba, como ella lo esperaba, ser ella quien decidiera el rumbo de sus
destinos.
Así era Ferenielle, altiva y
arrogante; fuerte en sus decisiones, pero muy femenina. De un comportamiento
extraño. Nadie sabía de la manera que ella iba a reaccionar, que nueva cosa se
le ocurriría; que rechazaría tajante aunque fuera lo mejor de lo mejor. Nadie
sabía exactamente como complacerla, cuáles eran sus gustos, pues cambiaba de
parecer constantemente y no por ser insegura, sino porque sabía lo que quería,
cambiaba y no dudaba en qué elegir ni tampoco mostraba incertidumbre alguna en
cuanto si cambiar o no. Lo pedía sin
tener la más mínima duda en su elección. Sabía de antemano el siguiente
paso que iba a dar. Su amiga muchas veces le contó haber padecido ella misma
“el Síndrome de Ferenielle”, “Como los psicólogos lo dirían”, le dijo.
Eso era lo que le gustaba a Josarian
de ella; así como a su mejor amiga Yaníndore, quien, además, le había dicho en
más de una ocasión, que si ella fuera un personaje de novela no sería
predecible para los lectores la trama, pues no sabrían que rumbo tomaría su
personaje, que siguiente paso daría en el desarrollo de la misma, es más, ni
siquiera para el escritor o escritora, no sería él o ella quien guiara a la
pluma al escribir o presionaran las teclas indicadas para formar el escrito que
relatara su vida, sino Ferenielle misma, dictando su propia historia. Lo único
que le desagradaba a él, era lo bromista que era, como lo que acababa de hacer,
pero nunca se lo había hecho saber.
* * *
Para entonces Xassena ya se encontraba
en el despacho del licenciado Malaou. Estaba
a un lado del escritorio terminando de ordenar unas carpetas, las cuales
contenían unos documentos muy importantes para su jefe. Después de terminar se
dirigió hacia la silla y se sentó, miró con desgano el otro montón de
documentos pendientes. La voz de Ethan la trajo a la realidad cuando llegó y se
paró enfrente de su escritorio.
—–¿Xassena, ya tiene listos los
documentos que le pedí para la junta de las 3:00 p.m.?
Ella volteó y ve una vez más la figura
de quien requería su servicio. Se quedó observando. Le parecía ahora tal vez un
poco más alto de lo que ella recordara.
—–Si, licenciado, ya están listos, son
los que están ordenados de este lado —–le contestó y reaccionó apuntando hacia
el montón de carpetas que acababa de acomodar.
—–Muy bien, me parece perfecto. ¡Como
siempre usted tan eficiente! —–la elogió Malaou, mientras se dirigía hacia los
documentos y los tomó entre sus manos.
—–Gracias, licenciado, trabajo lo
mejor que puedo. Es mi deber —–dijo ella y le ofreció una franca sonrisa.
—–Bien, me retiro… ¡ah!, Xassena
—–giró sobre sí mismo—– quería invitarla a comer para premiarla por su buen
desempeño, ¿cómo lo ve, acepta? —–le preguntó su jefe.
—–Muchas gracias lic, pero me va a
usted a disculpar, es que quede de ir a comer con mi tía —–dijo Xassena,
poniendo una expresión de pena.
—–Muy bien, no se preocupe, aproveche
su descanso, será otro día entonces, y no se le olvide decirle a su tía que
trabajara horas extras —–dijo el joven jefe dándose la media vuelta para
retirarse, dejando a su secretaria nuevamente sumida en sus pensamientos.
Pensó en voz alta sin sentirlo.
—–Sí, en efecto, pienso aprovechar lo máximo
la hora de comida, tengo mucha tarea por hacer, le avanzaré lo más que pueda.
* * *
Yaníndore y Ferenielle iban saliendo
de la tienda cargadas de bolsas. Las
metieron en los asientos de atrás del carro, que era un auto deportivo de color
verde limón, y después se subieron ellas. Ferenielle manejaba y Yaníndore iría
de copiloto.
Ellas habían visitado casi todas los
almacenes de prestigio de la ciudad. Estaban atareadas, haciendo compras de
todo tipo, por los preparativos de la gran fiesta de cumpleaños de la primera.
Se habían probabado infinidad de elegantes prendas y ninguna le satisfacían, se
probaban uno, se probaban otro, mientras le pedía opinión a su compañera. Pero
era mucho más difícil aún suplir los gustos de Ferenielle quien no le alcanzó
más el tiempo para ir al extranjero en busca de ello. Con mucho trabajo había
encontrado algo a última hora. Tenía que decidirse por algo, no le había
quedado de otra. Esa era la razón que la búsqueda hubiera sido tan agotadora.
—–¡Uff! ando un poco cansada. ¡Qué
ansiedad! Necesito un poco de acción para desestresarme —–dijo Ferenielle
agitadamente.
—–Ando yo igual ¿qué sugieres que
hagamos? —–dijo maliciosamente al contestar.
De pronto, vieron que Xassena iba
saliendo e intentaba cruzar la calle. Ferenielle la miró con cara de pocos
amigos y hasta dijo algo entre dientes.
—–¡Cómo se atreve a cruzarse por mi
camino!
Y después agregó algo que no se le
entendió muy bien.
—–¿Qué dijiste? No te entendí
No alcanzó a oír bien Yaníndore por lo
despacio y enojada que lo dijo, pero creyó que sería porque se le atravesaban
pues su amiga no soportaba que se le presentaran obstáculos en su paso. A ella
no le gustaba que la hicieran que tuviera que desviarse de su camino nada ni nadie.
No le respondió.
Solamente, después de un brevísimo
momento, volteaba a verla y, de inmediato cambio su expresión por una de pícara
y sonrisa burlona. Le dijo:
—–¿Estás pensando lo mismo que yo?
—–¡Si! —–contestó Yaníndore con un
gritillo, mientras sacaba su cámara de video para grabar.
Ambas se rieron y, casi enseguida,
para quitarse el estrés decidieron echarle, de broma, el carro encima. Cuando
pasaron a un lado muy cerca de ella, Xassena las veía con desconcierto y Ferenielle
con cara de enojo. ¿Tenía un mal presentimiento relacionado con ella? ¿Se
enojaba porque se le atravesaba en su camino haciendo que tuviera que esperar?
¿O simplemente había sido que le había caído mal a simple vista? Yaníndore
captaba en video el rostro de una y otra. Desde la perspectiva de las dos.
Después, continuaron su camino riéndose de lo atrevido de su acción, que un
poco más y terminaba en tragedia. Ese debió ser el presentimiento que tuvo
Xassena, pero ¿por el accidente o por la mujer?
Un hombre se le acercó y le preguntó
si se encontraba bien. Xassena asintió con la cabeza y se alejó rápidamente.
En el trayecto, Ferenielle y Yaníndore
iban platicando muy animadamente, pero luego en un tono serio Ferenielle le
contó algo personal a su amiga.
—–Sabes Yaníndore, Josarian me
prometió que aún muerta la fiesta se llevaría acabo.
—–¿Qué cosas dices Ferenielle? ¿Cómo
se te ocurre? —–Contestó en tono burlón su amiga.
—–Lo digo en serio amiga…
La plática fue interrumpida por el
timbre del teléfono celular de Ferenielle.
—–Bueno, si, mi amor…mmm. Sí, lo
checaré —–Dijo y colgó para aventarlo a la parte de atrás del carro.
—–¿Quién era? —–Preguntó Yaníndore.
—–Era Josarian, para decirme que
cheque que ya salió en sociales del periódico más importante de la ciudad la
noticia de celebración de mi fiesta.
* * *
Xassena, la mujer asustada por el par,
llegaba a su casa y tía Ángela de inmediato la notó rara. Ella se negó
rotundamente a decirle que fue lo que le había pasado. Sólo le dijo que no
entendía por qué existía gente con unas ideas tan locas. Poco después llegó
Nancy y comenzaron una plática muy amena. A Xassena le llamó la atención que
Nancy traía el periódico y se lo pidió para distraerse un poco y se retiró a su
cuarto, pretextando estar cansada.
* * *
Mientras, más adelante en su camino,
Yaníndore logró ver a René y se le estacionaron cerca de él. Yaníndore bajó y
lo besó diciéndole que lo andaba siguiendo —–de broma—–, no se dio cuenta que alguien
los veía a lo lejos, hablaba por su celular ultimando los detalles para algo
que ella no se lo esperaba.
René era alto, de complexión media (ni
gordo ni flaco), de tez aperlada, ojos negros, cejas delgadas y cuando ríe se
le hace un hueco en cada mejilla, bien parecido. Su cabello era de color no tan
negro y liso, frente amplia, de manos grandes y poco fornido. Su nariz era
larga y un poco afilada. Él traía encima una camisa beige sin fajar con unos pantalones de mezclilla
azules.
Ajena a lo que se planeaba para su
futuro inmediato, Yaníndore se percataba que René traía el periódico y se lo
pidió para checar lo de la noticia de la celebración del cumpleaños de su
amiga, y se dirigió al carro con ella para verla. Ferenielle también terminaba
de hablar con alguien por su celular.
—–¿Con quién hablabas, Ferenielle? —–preguntó
Yaníndore.
—–Con nadie importante —–se limitó a
conestar ella.
Ambas se pusieron a ver la noticia,
que ocupaba la página entera con la misma.
A la par con ellas, Xassena también leía la noticia, quien quedó
impactada con Josarian al verlo en la
foto y la recortó para guardarla, se le hizo familiar la mujer que estaba con
él. La reconoció inmediatamente como una de las mujeres de la broma. El
licenciado Malaou, veía también la noticia del periódico en su departamento, lo
identificó como un amigo de la preparatoria, a quien no veía desde hacía mucho
tiempo y decidió contactarlo.
* * *
Más tarde, Ferenielle llegaba a su
casa, en la cual ya la esperaba Josarian en la sala. Le mostró todo lo que
compró para la fiesta. Lo besó. Se mostraba entusiasmada.
—–Falta muy poco para la fiesta —–dijo
y le recordó lo que le prometió—. “La fiesta se llevara acabo pase lo que
pase”.
Lo que ella quería decir era que
aunque muriera. Josarian se quedó callado y ella le insistió. Él aceptó y no
entendió qué podía pasar.
—–Y recuerda que mínimo 2 días durara
el sepelio o más si es posible cuando yo muera, me demostraras con eso lo mucho
que me quieres.
No entendió ni tenía idea lo que
Ferenielle estaba planeando. Ella quería que todo quedara espectacular, no
sabía la idea descabellada más que se le había ocurrido.
* * *
Media hora más tarde, Ferenielle
estaba sola en su cuarto, y sentada en una silla giratoria de color negro
frente a la mesa para laptop de igual color, en la cual tenía su portátil.
Miraba el video del susto de Xassena.
Te lo mereces por atreverte a
atravesarte en mis decisiones, pensó mientras tenía en pausa sobre la parte del
video donde su víctima mostraba la cara de desconcierto.
En seguida de eso, decidía lo que
sería su “broma espectacular”, rio, mientras pensaba que nadie podría creer lo
que verían sus ojos, ¡será genial!
En esos mismos instantes, Josarian, mientras se dirigía a su
casa; de pronto, se le vinieron nuevamente a la mente las palabras de
Ferenielle sobre cuando ella falleciera. No quiso ni pensarlo, no imaginaba su
vida sin ella. Le asaltó la idea de que tal vez fuera un presentimiento que
ella tuviera ¿y si fuera verdad?, que pronto sucediera lo que no quisiera ni
imaginarlo, pero no, no debería pensar en ese tipo de cosas.
Ferenielle seguía en su cuarto,
sentada en el sitio asignado para su portátil. Hasta donde estaba escuchó un
ruido, ¿quién será?, se preguntó; Niembri ya debería de haberse ido desde hace
un buen tiempo y no es hora de que Josarian llegue todavía.
Bajó las escaleras. Todo estaba en
penumbras. De pronto, alguien le salió al paso, cosa que la asustó, y se enojó
cuando descubrió que era la doméstica, quien regresó por algo que se le olvidó.
Obviamente Ferenielle la regañó por el susto que le dio.
—–Que no vuelva a repetirse —–le
ordenó.
Cuando Niembri se retiraba, Josarian iba
llegando en esos momentos.
—–¿Qué crees? He salido un poco más
temprano para llevarte a cenar fuera.
La pareja
conformada por Ferenielle y Josarian disfrutaban más tarde de una noche
agradable en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad. Sin embargo, los
conocidos de la familia murmuraban acerca del estatus civil de ellos. En el
periódico, ella había pedido que en la nota los anunciaran como esposos, pero
quienes los conocían afirmaban que no era así. Otros, decían que no sabían de
dónde había salido ella ni la relación que tenía con los Orbacam. Unos más
hasta dijeron que eran medios hermanos. No tenían la certeza de la verdadera
relación que existía entre ellos, bien podría ser una amiga de visita por la
ciudad. También hablaron de una supuesta tragedia que llevaban a cuesta los
jóvenes. No quisieron ahondar mucho sobre ese asunto.
* * *
En la oficina del licenciado Malaou,
Xassena estaba escribiendo un dictado del licenciado y decidían darse un
pequeño descanso.
Ella le contó a Malaou lo que le pasó
cuando salió a la hora de la comida. Lo de las dos chicas locas que por poco y
la atropellan. Luego, no supieron cómo, pero terminaron hablando de lo que
había hablado ella con su tía y Nancy.
—–¿Cree en fantasmas, usted? —–le preguntó
Xassena. Le contó lo que Nancy les comentó sobre el supuesto fantasma que se
aparecía en el departamento de su tía. Malaou no pudo aguantarse las ganas de
reírse.
—–Todo eso son puras supersticiones,
para mi los fantasmas no existen —–dijo en tono burlón que luego cambio en
tristeza cuando dijo lo siguiente—–, sólo existen los fantasmas del pasado que
agobian tu vida con los recuerdos que se quedaron y no volveran jamás a
repetirse.
Sólo él se entendió, ya que Xassena
quedó con duda sobre lo que quiso decir o dar a entender con esas palabras,
pero no se atrevió a preguntárselo.
La plática le había servido para
recordarle que no le había comunicado a su tía que llegaría tarde, pues
trabajaría horas extras. Le habló por teléfono para comunicárselo. Lo que
aprovechó también ella para decirle algo.
—–Yo también llegaré hasta la noche,
pues me comprometí de más con una amiga para un evento de la caridad. Si deseas
le puedo pedir a Nancy que vaya a quedarse contigo por si tienes miedo de lo
que nos platicaron de la señora que se aparece en el departamento.
—–Te recuerdo, tía, que yo no creo en
fantasmas —–pretendía seguir en su postura de no creer—–, y, por tanto, no es necesario que Nancy me
acompañe, pues no me da miedo.
* * *
Más tarde, entretanto que dos
disfrutaban y a su alrededor un velo de misterio se cernía sobre ellos; un
tercero, Xassena, estaba
pasándole lo contrario. Ella llegaba de noche a casa, encontrando todo oscuro.
A pesar de la oscuridad, pudo ver que una mujer lentamente se dirigía hacia
ella. Xassena se asustó.
—–¿Eres tú, tía? —–preguntó con
ansiedad. ¿Tenía ante ella a la viejita de la cual hablaban que se aparecía en
ese departamento? La misteriosa mujer no respondió solo siguió acercándosele y
trató de tocarla. Xassena se desmayó, mientras la mujer se carcajeaba.
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