Capítulo 3

Siniestra Broma Termina en Tragedia


Cuando Xassena volvía en sí, se encontraba ya en su cuarto recostada en la cama. Abrió los ojos lentamente mientras recorría la vista por toda la habitación, y se detuvo un momento en la foto de Josarian que había recortado del periódico. En su recorrido se encontró con un rostro conocido: Nancy, quien la observaba con cierta preocupación.

—¡La mujer! —exclamó de pronto asustada, mientras se sentaba rápidamente, recordaba de pronto todo lo que había pasado.

Su amiga trataba de tranquilizarla cuando la puerta de la habitación se abrió. Era la tía Ángela que llegaba con una taza de té caliente. Se lo ofreció a su sobrina, quien ya se iba tranquilizando. Xassena tomó aquella taza de té entre sus manos e inmediatamente le dio un gran sorbo. Lo caliente de la bebida provocó que hiciera un gesto en señal de que se había quemado.

Xassena ahora estaba al tanto que todo había sido planeado por Nancy y su tía. Entendía que la joven hubiera participado, más no se lo esperó de la adulta ¿Cómo era posible que se hubiera prestado para eso? Aunque la tía Angela le había explicado ya la razón por la que ella había aceptado: no pensó que tomarían ese rumbo las cosas; puesto que ella siempre había defendido su postura de no creer en los fantasmas.

Ya más calmada, Xassena les platicó lo que le había pasado más temprano a la hora de la comida. El detalle de las dos chicas. Definitivamente no fue su día.

* * *

Más tarde, Ferenielle estaba terminando de investigar detalles adicionales en internet de la sustancia que utilizaría para lograr su propósito. Sabía que Stawhicor® era el medicamento ideal para sus planes. Decidió que ya era hora de poner al tanto de todo a su amiga Yaníndore, si ella sería su cómplice, debería de una vez explicarle todo con lujo de detalles.

Desde su portátil estableció contacto con ella a través de una videollamada. La suerte estaba de su lado —celebró Ferenielle, su amiga contestó de inmediato pues se encontraba en línea.

—Prepárate, pasaré muy temprano por ti. A las 10:00 a.m en punto —dijo apuntando con el dedo anular de la mano derecha hacia la webcam.

— ¿a dónde iremos? —preguntó intrigada su amiga.

—Cuando lleguemos a ese “dónde” lo sabrás y ahí te explicaré todo de una vez —el tono de su voz fue de lo más misterioso, logrando que Yaníndore llenara su cabeza de quién sabe cuántas cosas, que, con seguridad, que aunque fueron muchas, ni una fue lo que se le diría.

—Amiga, no podré dormir pensando en qué se te ocurrió ahora —Yaníndore terminó la frase mostrando una expresión de duda en sus ojos—. De ti, se puede esperar, ¡todo!

—Pero dudo —Ferenielle hizo una pausa antes de continuar—, que tengas idea siquiera de lo que se te dirá —Finalizó la videollamada.

A la mañana siguiente tal como habían acordado, Ferenielle pasó por su amiga a las 10:00 en punto. Se estacionó enfrente del portón de la casa y sonó el claxon. Casi enseguida salió su amiga Yaníndore corriendo y se subió al coche. Se saludaron de beso y Ferenielle arrancó el carro.

* * *

Xassena salió por el almuerzo a las 9:40 de la mañana.
Se encontraba justo en el mismo lugar donde pasó el incidente con las chicas, lo recordó perfectamente. Viendo sin ver, a la distancia, un rostro se le hizo familiar, pero no supo de dónde le conocía. Cayó en cuenta quién era cuando finalmente puso toda su atención hacia la figura. Esto fue debido a que a distancia; por la calle y entre los carros, alcanzó a ver a Josarian. No podía creer que tenía ante sus ojos, aunque de lejos, al hombre del cual se había enamorado sin siquiera conocerle.

—¿Algún día le conoceré? —pensó en voz alta. Ni tantito le pasó por la mente que la razón de que él anduviera por ahí cerca, era precisamente de que visitaría a su amigo: el licenciado Malaou, quien siempre si lo había contactado.

Xassena regresaba ya con el almuerzo, para su jefe y ella, deseando ver otra vez a su amor platónico, volteó de nueva cuenta hacia el mismo lugar donde le había visto unos minutos atrás. En lugar de verle a él vio con desagrado que, ahora exactamente en el mismo lugar, se encontraba el carro de las chicas que la habían molestado. De la impresión, por poco y se le caía al suelo la bolsa que llevaba consigo.  Se apresuró para alejarse inmediatamente.

Xassena llegó a la entrada de las oficinas aprisa, pues no deseaba ser vista por las chicas. Al entrar; le llamó la atención una anciana, que vestía de traje y peinado tipo hindú. Presenció el momento exacto en que la bolsa que cargaba la mujer se rompió y rodó por el suelo lo que contenía. Pronto se ofreció a ayudar a recoger aquellas cosas, por suerte traía una bolsa extra dentro de la que ella cargaba.

Terminaban de juntar todo aquéllo, cuando salieron los dos amigos. Se despidieron y Malaou se introdujo en la oficina nuevamente. Josarian, al ver a las mujeres, se les acercó para ver qué era lo que sucedía.

—¿Puedo ayudar en algo? —preguntó Josarian con voz grave y amable.

—No, oiga. Ya casi terminamos, gracias —contestó Xassena sin siquiera voltear a verle, seguía agachada recogiendo las últimas cosas que se encontraban en el suelo. La mujer hindú era la que le sonreía al joven, su piel grisácea se iluminó.

—Bien, entonces me retiro. Se me hace tarde —se dio la media vuelta y empezó a caminar.

—¡Qué tenga un buen día! —le contestó Xassena, volteando levemente y muy apenas si le vio las espaldas. No se imaginaba que tuvo a solo unos milímetros al único hombre que le había interesado hasta ahora. De haberlo sabido se hubiera hecho, no sin antes haber gritado ¡no me lo puedo creer!; esa pregunta, que, cualquiera se hubiera planteado: ¿qué hacía una mujer hindú en esas oficinas? Díganmelo ustedes, porque ¡yo no lo concibo!

* * *

Ferenielle y Yaníndore llegaban ya a su destino: un cementerio. Se detuvo por un instante en la entrada. En el interior del carro podían verse dos tipos de expresiones en los rostros de sus ocupantes: uno de desconcierto y otro de regocijo; uno por desconocer el porqué de su presencia en ese lugar y, el segundo, por el desconcierto que provocaba su acción.

—Bien, hemos llegado a nuestro destino ¿Qué opinas? Te has quedado anonadada ¿no? —dijo y volteó a ver a su amiga con una mirada que buscaba adivinar que ideas pasaban en ese preciso instante por su mente.

—¡Más que anonadada! ¿Qué palabra usar para definir  mi estado? No me pregunten porque ¡No lo sé! —contestó Yaníndore, mientras dirigía sus ojos para lugares distintos y luego preguntó—. ¿Qué se supone qué hacemos aquí?

Aunque en el fondo la amiga conocía la forma de proceder tan impredecible de su amiga, pero lo que en esos momentos estaban presenciando sus ojos, para ella ahora había ido demasiado lejos.

—Ya te lo diré —Ferenielle aderezó con un hilo de misterio la frase cuando la pronunció.

El cielo se había teñido de negro, nubes grises aparecieron: ¡Había comenzado un eclipse! Ellas bajaron del carro y abrieron la siniestra reja y entraron. Se vieron rodeadas por la oscuridad, vagando por ella, se adentraron a lo más oscuro del panteón.

Caminaban por el sendero que se encontraba en medio de aquel paraje.

Yaníndore volteó hacia arriba para ver el eclipse en todo su esplendor. Dudaba si proponer posponer el raro tour que habían emprendido, y que nadie en el mundo desearía tomarlo. Vio a su alrededor y solo veía oscuridad y tumbas. A pesar de la hora, ni un alma se encontraba ya en ese lugar. De reojo volteó a ver a Ferenielle, y se sorprendió al ver que se mostraba de lo más tranquila, como si no pasara nada. ¿Qué pasaría en esos momentos por la mente de su amiga? ¿Qué propósitos tenía esa misteriosa visita a ese lugar? Se armó de valor y habló, si a eso se le podría llamar de ese modo; murmuró, creo que sería el verbo correcto aplicado al sonido que emitió de sus labios.

—Me..mejor por qué no venimos otro día —propuso al fin Yaníndore con voz temblorosa y prosiguió—, ¿Ya te diste cuenta que está eclipsando?

—Al rato se pasa. Ya estamos aquí y será mejor que terminemos —dijo Ferenielle sin inmutarse.

Ahora era Ferenielle quien veía de reojo a su amiga lo asustadiza que se mostraba. Le gustaba el verle así. De igual manera pensó en las muchas preguntas que estarían pasando por su mente.

* * *

Todo mundo seguía por televisión el extraño suceso del eclipse. Xassena y su jefe no eran la excepción. Los dos estaban terminando de desayunar en la pequeña cafetería de la empresa. Según el noticiero, ese eclipse, era uno de los más oscuros y de mayor duración que se habían presentado hasta ahora.

Xassena observaba, y, hasta de la impresión, dejó caer a la mesa una galletita que se proponía a comer. Su jefe se apresuró a tomarla antes de que ella lo hiciese. Tal hecho fue inadvertido por Xassena, había empezado a recordar aquel último día que había visitado el rancho de su abuelo en Crawford, Texas, USA. Ese día también hubo un eclipse con las mismas características del que presenciaban en ese momento. Cuando antes vivía con sus padres en McAllen, Texas, USA, visitaba seguido el rancho de sus abuelos paternos. Siempre fue muy apegada a ellos, en especial de su abuelo. Posteriormente, cuando su abuelo murió, de igual forma iba sin falta cada año. No dejaba de visitar la tumba de él, siempre la había comprendido y apoyado en todo. Pasaba mucho tiempo ante su tumba contándole todo lo que le pasaba. No tenía secretos para él. Continuó en su mente el recuerdo de ese día en que, como de costumbre, llegó ante su tumba —Efenequiel Estrada. Descanse en paz —leyó en la lápida con tristeza. Nunca imaginó que sería la última vez en mucho tiempo en que la visitaría. No sabía hasta cuando iba a tener la oportunidad de visitar ese rancho otra vez. No recordaba, o no quería más bien, rememorar la razón de su repentina decisión de irse con su tía a Monterrey.

Se acercó a la lápida y acomodó unas flores que le llevaba. Esas que eran las favoritas de ella y de él, las calas de color rojo. Se sentó al lado derecho de la lápida sobre el pasto. Descansó su brazo derecho sobre ella y le empezó a contar todo lo que le había pasado esos últimos meses. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. ¡Le hacía tanta falta!

No supo cómo, tal vez había sido que la noche anterior se había acostado hasta tarde, o quizás el cansancio del viaje, sin darse cuenta se quedó profundamente dormida en la pose en que se encontraba. Al despertar, se encontró con que ya estaba oscurecido — ¡no puede ser! —Dijo sorprendida—, ¿Duré tanto dormida? —se preguntó ella misma. De inmediato vio la hora en su reloj; pero no, no era tan tarde. Eran apenas las 5:00 p.m., pero parecía que era más tarde.

Su atención fue atraída hacia el cielo y fue cuando se dio cuenta que eclipsaba. Tuvo miedo de ello. Su abuela siempre le había tenido miedo a los eclipses, no sabía el porqué, pero así era. Se lo había heredado; tenía miedo también a los eclipses, de igual forma no sabía el porqué. Ahora se encontraba con lo que siempre había temido: ¡estar fuera de casa y en un eclipse!; y más aun en medio de un panteón sin nadie a la vista. Se preguntaba cuánto duraría aquéllo, y si la noche la tomaba de rehén en ese lugar, por el momento el fenómeno físico ya lo había hecho. ¿Debería quedarse y esperar a que pasáse (al fin no era tan mala idea) o debería irse sin ver hacia arriba e imaginarse que tan solo era como andar en la noche?

Estaba sumida en sus pensamientos con el debate de la decisión a tomar, cuando de súbito alguien le posó una mano sobre sus hombros. Aquella acción casi le dio un infarto, se le vinieron tantas ideas a su cabeza en tan solo un segundo: ¿Sería un muerto o un ladrón? No se atrevió a voltear. Aunque quisiera su cabeza no le obedecería la orden de girar.

—Debemos irnos —dijo aquella voz joven que de inmediato reconoció, volviendo rápidamente su alma al cuerpo. Era aquel chico que le pretendía y que nunca aceptó sus proposiciones amorosas. Su nombre era Paseviro. Un joven algo delgado, pelos parados, con algunas pecas; guapo sí, pero definitivamente no de su tipo. Con el puro nombrecito bastaba y sobraba, aunque pensándolo bien, el nombre sería lo de menos se había dicho.

Llevaba de vestimenta un overol, puesto que su trabajo era de mecánico.

Se apoyó en su mano para poder levantarse.

—¡Graacias, por venir! Pero, ¿cómo supiste que estaba aquí? —le preguntó mientras señalaba a su alrededor aquel lugar.

—Vi cuando venías para acá. Pensé abordarte cuando estuvieras de regreso, para platicar un rato. Como vi que tardabas, decidí venir a checar que pasaba. Sé perfectamente que siempre vienes a visitar la tumba de tu abuelo. ¡Dios lo tenga en su gloria! Era muy buena persona Don Efenequiel.

Se despidieron de su abuelo y los dos se encaminaron acechados por la oscuridad que reinaba. ¡Bonito lugar y ni hablar del toque especial del medio ambiente para cortejar a una chica! —habrá pensado quizás aquel muchacho.

Xassena se preguntaba, ¿qué habría sido de él? La chica Drusheleine ¿habrá conseguido al fin que tuvieran una relación?, quizás ya hasta estarían casados.

Alguien tocó su hombro nuevamente, pero ahora era en la realidad. Era el licenciado que se veía preocupado.

—¿Se molestó, Xassena, por ganarle su galletita? —con voz tímida le preguntó.

—No, Licenciado, de ninguna manera —contestó ella tocándose las sienes.

Su jefe se sintió aliviado y a continuación deseó saber la razón de su actitud.

—Entonces, ¿por qué la veo muy seria y pensativa?

—La verdad, es que siempre le he tenido miedo a los eclipses. No me pregunte el porqué, porque no lo sé. Solo sé que me hacen sentir temor —dijo Xassena y volteó hacia la ventana al terminar de hablar, encogiéndose de hombros.

—A mi me pasa igual. También le tengo miedo. No por las supersticiones, sino porque si se ve de miedo; la luna tapando el sol, la oscuridad. En fin todos sus factores. —dijo el licenciado con tono lúgubre.

—En el rancho de mi abuelo llegué a ver que hasta las gallinas se subían a los árboles, porque pensaban que ya era de noche —dijo Xassena con voz aguda.

—Si ya me habían contado. En los ranchos siempre creen en las supersticiones. Y hablando de gallinas, supe de una de que dicen que cuando las gallinas buscan comida en la noche es porque habrá hambre. No sé si para ellas o para nosotros —añadió el licenciado.

—¿A poco sí! —preguntó asombrada Xassena mientras se imaginaba la escena de las gallinas buscando por alimento en la noche, pues nunca lo había visto.

—Si, bueno, dicen. No lo he comprobado —Dijo el licenciado tirando la basura al cesto para luego despedirse e irse.

Xassena volvía a sus pensamientos a sus preguntas sin respuestas. ¿Por qué había tomado esa repentina decisión de irse a vivir con su tía Ángela? ¿Había tomado la decisión correcta?

Su mente la traicionaba, quería ocultar en lo más profundo ese dato. Ese dato que se negaba a recordar. ¿Le convenía y por eso lo hacía? Su misma mente la traicionaba.

El Licenciado tenía razón en lo que le había dicho días atrás: Los fantasmas existen si, pero esos que vuelven del pasado para agobiarnos. Pero ella se autoprotegía de ellos, no los dejaba que se hospedaran en su cabeza; pero, ¿por cuánto tiempo podría hacerlo? ¿Algún día tendría el valor de enfrentarlos y dejarlos definitivamente fuera de su vida? ¿O ellos serían quienes la destruyesen?

* * *

Al igual que Xassena, Josarian también se informaba del eclipse. Pero él de manera presencial, pues había subido a la azotea del edificio para contemplarlo de cerca y, de paso, realizar una llamada telefónica. La razón era que se veía preocupado, pensó si tal vez, Ferenielle estuviera embarazada sin que supieran; el eclipse podría dañar el producto. La llamaba para pedirle que no saliera de la casa por ningún motivo.

—¡Maldición! ¿Por qué no me contesta? —expresó Josarian, cuando todos sus intentos por comunicarse con la mujer fueron inútiles. Nunca imaginó que se encontraba en el último rincón que se hubiere imaginado: La cripta familiar.

* * *

—Estamos en el “dónde” que me preguntaste anoche —Ferenielle veía de una manera extraña a su amiga. Yaníndore sabía que algo traía—. Quiero que conozcas la cripta “Lamagheea”.

Las dos estaban paradas justo enfrente de la cripta cuando Ferenielle se la presentó gustosa alargando su mano haciendo un gracioso ademán.

—¿¡Lamagheea!? ¿Por qué Lamagheea? ¿Qué significa Lamagheea? ¿En qué idioma es? Dime, Ferenielle —preguntó de lo más extrañada Yaníndore, esperando ansiosa que se le dieran respuestas a sus preguntas. Ella hablaba varios idiomas y en ninguno de ellos la ubicaba.

—¡No te lo diré! O quizás te lo diga más adelante. Si quieres saberlo lee la novela “La sonámbula”. ¡Me encanta esa novela! Tiene muchos misterios. La protagonista habla en estado subconsciente en una lengua extraña, y Lamagheea es una de las palabras que pronuncia en esa lengua.  Te sorprenderás cuando sepas el significado de la palabra, el alcance de ella —Se extasió cuando hablaba de la palabra extraña que había escogido para dar nombre a la cripta. Su amiga jamás la había visto hablar de esa manera. No se extrañó, porque sabía muy bien que nunca podría  conocerla realmente. La verdad era que nadie podía decir que la conocía, ni siquiera Josarian.

—Pero bueno, no vine hasta aquí para hablar de ese asunto. Este es el lugar donde se supone que me deberían de traer después de…

—¿De qué hablas Ferenielle? —Interrumpió de inmediato y con voz cargadísima de sorpresa su amiga— ¿Por qué te van a traer aquí? No me asustes más de lo que ya estoy. ¿Qué es lo que está pasando?

—¡Voy a morir! —Dijo con voz entrecortada y después la cambio a juguetona—, ¡pero de mentiras!, quiero te asegures que, el velorio llegué hasta la fecha de la fiesta. Que no me traigan aquí sino hasta el siguiente día de que se celebre mi cumpleaños. ¿Lo harás?

—No sé ni que pensar Ferenie. Tu petición es de lo más rara. Ni siquiera sabía que se te podía ocurrir tal cosa. ¿De dónde sacaste esa idea de que ahora quieres hacer creer que moriste?

—Quiero ver hasta dónde todos me quieren y en especial Josarian. Quiero que llegue  hasta el día de la fiesta que ya falta pocos días. No sé explicar qué más. Solo quiero que te cerciores que no me traigan aquí —dice tocando la pared de la cripta— hasta no haber celebrado mi fiesta. Solo prométeme que vigilarás se cumpla al pie de la letra lo que te he pedido. Quiero despertar en pleno sepelio y sorprender a todos volviéndolo en fiesta de alegría para celebrar.

—No entiendo nada, pero está bien no te preocupes lo haré —dijo no muy segura encogiéndose de hombros.

—Ni tu sabrás a ciencia cierta la verdad de las cosas ¡Todos se sorprenderán! ¡Como siempre me saldrá todo a la perfección! —pensó triunfante Ferenielle.

Yaníndore no quedó muy convencida de la razón de Ferenielle de quererse pasar por muerta. Estaba segura que había algo más, pero no tenía ni la más remota idea de qué podría ser. Por lo pronto debería seguir al pie de la letra las indicaciones que le había dado su amiga. Debería cerciorarse de que nada saliera mal, eso era algo muy delicado y podría ser fatal para su amiga si fallaba en algo.
Y si algo saliera mal debería de cumplir todo lo que le había encomendado dentro del carro cuando salieron de aquel lugar, aunque no estuviera de acuerdo.

* * *

A la mañana siguiente aparentaba que todo sería un día normal. Como todos los días, Josarian se levantó y se arregló para dirigirse hacia su trabajo, no sin antes despedirse de la intrigante mujer. Ferenielle se encontraba en su recámara sentada frente al peinador. Se veía en el espejo del mismo, entretanto peinaba sus cabellos lentamente mientras su mirada estaba posada fijamente en su imagen que se reflejaba en él. Nadie podría saber que pasaba por la mente de ella. Cualquiera diría que estaba adulando su figura, podría ser, más no era una deducción que fuese de lo más acertada. Su supuesto esposo se le acercó y le dio un tierno beso, le susurró al oído que esta vez vendría para comer juntos.

—¡No faltes! Te estaré esperando —dijo secamente Ferenielle sin dejar de cepillarse su cabello.

—No. Está vez es seguro.

Josarian ladeó su cabeza mostrando una expresión suave en su rostro mientras asentía lentamente. Le dio un beso en sus cabellos y se encaminó hacia la puerta. Se detuvo unos instantes al abrirla. Volteó a ver a Ferenielle y confirmó que ella no lo perdía de vista por el espejo.

Ferenielle siguió mesándose su cabellera. Después, de su bolso sacó un pequeño frasco con la sustancia, que no le había sido difícil conseguirla. La voz de Niembri preguntando si no se le ofrecía algo atrajo su atención, a lo cual la respuesta fue que no. Calculó que sus pasos ya irían bajando por las escaleras. Volvió a lo suyo observando el pequeño recipiente. Se había llegado el gran día.

Jamás pensó que su viaje a Bélgica a visitar a su tío Marcotte, hacía unos meses, le fuera sido tan fructífero. Ya que, gracias a eso, pudo conseguir la sustancia que hoy le serviría de mucho. Su viaje no fue expresamente a eso. En realidad si fue de visita con su tío, quien era el dueño de un importante laboratorio denominado CaedBel Lab, de ese país. Empezó a hurgar entre los archivos de su computadora personal y descubrió los detalles de ese medicamento e inmediatamente maquinó un plan. Fue toda una hazaña para conseguirlo y estuvo a punto de ser descubierta, pues había mucha seguridad. Se las ingenió para obtener de su tío la combinación para poder abrir la caja fuerte donde se encontraba. Fue sorprendida por él únicamente, pues empezó a sospechar, aunque fue fácil manipularlo para ella. No tuvo más remedio que explicarle que no vivía feliz a lado de Josarian. No quería huir solamente de él, sino de todos; pero que todos la creyeran muerta incluyendo su madre. Solo él sabría que no era así: sería su secreto. Se iría a vivir a la casita, un regalo que le había hecho él mismo en otro de sus cumpleaños, que se encontraba en la playa de Mónaco. Nunca le había hablado a Josarian de tal regalo. Se escondería por un tiempo o quizás para siempre. Aunque descabellada, pero su tío, que siempre la había consentido, aceptó encantado la idea. Le pareció fantástico y osado lo que planeaba hacer y él sería parte de ese secreto. Siempre había sido igual de atrevido que su sobrina cuando joven.

Fácilmente lo camuflajeó como un medicamento normal, avalado con una receta firmada por su tío, por lo que no hubo ningún problema para traérselo con ella. Mientras dejaba a su pariente con todas las ideas de cómo saldría todo aquéllo. Se emocionaba con la idea de hacer él lo mismo, al fin de cuentas no era tan mala la idea.

Nunca tuvo dificultad para poder adquirir cualquier medicamento que se le antojase. La ventaja de ser sobrina de un empresario dentro de la industria farmacéutica —pensó.

* * *

Más tarde, vio que ya no tardaba Josarian en pasar por ella. Se vistió de lo más elegante para la ocasión usando aquel traje azul de coctel que le sentaba de maravilla y que había sido un regalo del mismo. Su pelo rojizo lo arregló con un peinado batido. Entre el medio de su fleco, peinado para el lado derecho, y el volumen y altura de su pelo se puso una sencilla y delgada diadema de plástico en color azul sin ningún adorno extra sobre esta. Viéndose en el espejo sonrió y lució perfecta. Finalmente se tomó aquel medicamento, justo cuando Niembri le tocaba a la puerta diciéndole que el señor la esperaba ya en la sala. Tomó su bolso y bajo radiante por las escaleras deslumbrando a Josarian. Ambos salieron sonrientes y enamorados hacia el lugar de elección de ese día para pasar una tarde inolvidable.

Arribaron a aquel restaurante famoso y lujoso de la ciudad “Le pré Catelan”. Un mesero vestido elegantemente, y que se notaba que usaba bisoñé, los hizo pasar inmediata y amablemente haciéndoles una reverencia al lugar que habían reservado previamente.

Todos los presentes hombres y mujeres no pudieron evitar ver a tan perfecta pareja. Ellos la vieron a ella y ellas lo vieron a él. “Son él uno para el otro”, se murmuró en aquel lugar.

Se sentaron en su lugar y empezaron a platicar cosas triviales acerca de los vinos, que era lo mejor de aquel lugar. En la música de fondo se oía la melodía “je t‘aime o au revoir” al momento que estaban brindando por la felicidad.
Cuando de pronto, todo se vino abajo al ser interrumpidos por unos espasmos que se presentaron en Ferenielle: uno fue en las arterias coronarias que provocó que la mujer se tocara el pecho, liberando un grito de dolor y el segundo, en el rostro, que dibujaba, y hacia ver a Josarian, su sentir en esos momentos.

—¿Qué tienes Ferenielle? —preguntó angustiado. Ya empezaba a llamar la atención su actitud. Ella no dejaba de tocarse el pecho y sudaba profusamente, mientras seguía quejándose.

—¡Mesero! ¡Que alguien llame a una ambulancia, por favor! —Vociferó Josarian, mientras seguía a lado de la causante de su preocupación. Le tocaba la mano, su frente. Hasta que finalmente, sentada en la silla, soltó completamente su cuerpo; alarmándolo más a él. Recordó aquella vez cuando fingió que estaba inconsciente ¿y si era una broma otra vez?, quisiera que así fuera, pero ¿y si no?

—Ya viene en camino la ambulancia. No tardara, es de aquí cerca. De la clínica del médico Maráberes. Le dejo el alcohol y este pañuelo —dijo con voz seria el mesero a Josarian, quien abrió rápidamente aquella botella de alcohol y rocío un poco en un pañuelo para llevárselo a la nariz de Ferenielle. También le aplicó otro poco sobre su frente.

—Yo soy médico. Déjeme examinarla —dijo un hombre que se acercó para ver el estado de  la chica. Después de un breve chequeo continuó—. No quiero alarmarlo, pero… todo indica que es un infarto. ¿Ella tiene antecedentes cardíacos?

—No. Que yo lo sepa. Solo que ella me lo haya ocultado —respondió preocupado Josarian.

—¡Gracias a Dios ya llegó la ambulancia! —celebró el médico que observaba a Ferenielle.

De inmediato los paramédicos entraron llevándose a su paciente de aquel lugar. Él insistió en ir con ella en la ambulancia. Los paramédicos checaron y vieron que ya no había nada que hacer.

—Fue un paro fulminante. No hay nada que hacer —cuchichearon entre ellos, intentando que Josarian, que viajaba atrás, no los escucharan. Pero no sabían que de todas maneras 2 personas los escuchaban perfectamente: Josarian y Ferenielle. La segunda celebraba que todo iba saliendo muy bien.

* * *

Más tarde salía el médico Maráberes para confirmar lo que ya había oído anteriormente. Al verlo llegar, Josarian se levantaba rápidamente de su lugar para preguntarle sobre el estado de Ferenielle. Tenía esperanza de que los paramédicos se hubieran equivocado. Con lo brusco del movimiento, se le cayó la bolsa de Ferenielle al piso y salía el frasco del medicamento. Se agachó para recoger a ambas cosas.

—¡Lo siento, Josarian! No hubo nada que hacer ya. Fue un paro cardíaco. Los dos murieron.

La voz del médico sonó de lo más lúgubre y ronca para Josarian de lo que la había escuchado anteriormente o ¿acaso era por las palabras que había pronunciado y hacia quien eran aplicadas? No lo sabía, lo único que sabía era que no podía creer lo que estaba pasando. Todo tan bien que iba y ahora, de repente, todo tan mal que va. No podía comprender que la vida de repente en unos segundos podría dar un giro de 180°. ¡Todo cambiara tan radicalmente!

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que los dos murieron?! —preguntó sorprendido él. No dando crédito a las palabras que escuchaba.

—Si, Ferenielle estaba embarazada. ¿No te lo había dicho ya? —preguntó el médico intrigado.

Luego recordó que Ferenielle no quería que nadie se diera cuenta, había cometido una indiscreción.

Josarian no dijo nada solo se limitó a mover su cabeza negando, mientras veía fijamente al médico. Posteriormente recordó el pequeño frasco que recogió y estaba a punto de preguntarle qué era eso al médico, cuando una enfermera llegó alarmada por él por un problema de un paciente, evitando así que viera de qué se trataba ese medicamento.

—En cuanto me desocupe hablamos de la autopsia —dijo el galeno apresurándose a irse.

Maráberes estaba joven, pero ya maduro, medía metro ochenta y dos de altura, era moreno y a veces se dejaba la barba de candado. Su complexión era robusta.

Lo que el médico no sabía era que Ferenielle no quería traer ese bebé y por eso había decidido tomarse la sustancia, pues leyó que podría provocar un aborto. Por el infarto simulado, creerían que esa sería la razón de la muerte del mismo.

Josarian miró con extrañeza y a la vez sorpresa el pequeño frasco: Nunca supo que su esposa tomara ningún medicamento; pero ahora que se enteró de que estaba embarazada tal vez estaba relacionado con eso. Tal vez también durante la comida en aquel restaurante planeaba decírselo. Quizás la emoción del momento fue demasiado para ella y  no resistió. Algo sabía que la mujer está más propensa a los paros cardíacos durante el embarazo.

Josarian decidió hablarle a Yaníndore para comunicarle todo lo sucedido. Introdujo nuevamente el frasco en la bolsa de mano de Ferenielle y la dejó sobre el sofá de la sala de espera.

—¡Josarian!

Una voz femenina que le era familiar lo llamó, cuando apenas empezaba a marcar el número para localizar a Yaníndore.

—¿Dónde está mi hija?

La voz era de la madre de Ferenielle: Lucenia Alvalle. Josarian volteó a verle y se topó con una mujer jovial muy parecida a Ferenielle. Vestía elegantemente un traje color marrón. Su pelo corto, peinado estilo colmena y de color rojizo también.

—Te hice una pregunta, Josarian. ¿Dónde está mi hija? —preguntó ahora con tono autoritario aquella mujer.

Él, antes de responder, guardó su teléfono móvil, buscando las palabras adecuadas para dar aquella terrible noticia a la señora. En ese instante ninguno de los dos se dieron cuenta cuando un hombre tomó la bolsa de Ferenielle, la cual contenía el medicamento, la nota con las instrucciones y otras cosas más.

—¡Lo siento, Lucenia! Ferenielle…—Se detuvo unos segundos y Lucenia le insistió.

—Ferenielle ¡¿Qué?! ¡Por Dios ya, dime! —Casi gritó la mujer.

—No hubo nada que hacer. Ferenielle murió de un paro cardíaco y al parecer estaba embarazada —dijo Josarian con la mayor sutileza que pudo.

—¡No! ¡Mi única hija, no! —dio grandes voces Lucenia.

Era lógico, Ferenielle era su única hija.

—Autopsia no…

Estuvo a punto de caer, pero Josarian logró sostenerla para llevarla hasta al sofá donde inmediatamente fue atendida por algunas enfermeras. El médico Maráberes ya regresaba para continuar con la conversación pendiente.

—¿Quién es ella? —preguntó el médico a Josarian.

—Es la madre de Ferenielle. Quiere que no se le haga autopsia a su hija y yo también —Dijo con voz ronca y entrecortada.

—Está bien. Como ustedes quieran —dijo el médico secamente.

—¡Ah! Otra cosa más. Será velada en el lugar de siempre. Ya sabes el velatorio que siempre hemos usado. Quiero que te entiendas con ellos sobre todos los trámites necesarios para su traslado —pidió Josarian tristemente.

—De acuerdo. Yo me encargo.

Estaba por retirarse el médico, pero Josarian lo detuvo para preguntarle lo que había quedado pendiente. Se dispuso tomar el bolso de Ferenielle; pero sorprendido vio que no había señales de la bolsa y su contenido.

—No. Nada. No tiene caso, ya. —Finalizó un tanto desanimado. Supo perfectamente que fue víctima de un robo.

 * * *

Lucenia sufría al ver a su hija muerta en el féretro. Su mirada la tenía perdida.

—Se cremará el cuerpo —dijo Josarian a unos amigos.

Ferenielle alcanzó a escuchar y le dieron miedo aquellas palabras. Miedo a morir horrendamente quemada. Como siempre había temido, y ahora tan cerca estaba de ello. Solo un milagro impediría aquéllo.

—Yaníndore lo impedirá. ¿Por qué no reaccionaré? Según las indicaciones pronto debería reponerme —pensó para sus adentros Ferenielle. Estaba consciente de todo lo que pasaba.

—No le había preguntado, Lucenia. ¿Cómo se dio cuenta de esto y llegó exactamente a la clínica del médico Maráberes? —preguntó intrigado Josarian. La presencia de su suegra, Lucenia, era todo un misterio para él.

—Yaníndore me habló a Miami. Dijo que a Ferenielle le pasaba algo muy grave, pero que no podía decírmelo por teléfono. Que no lo pensara, solo me viniera y aquí me lo diría. Era de vida o muerte. Por cierto, ¿Dónde está ella? No la he visto. —dijo con voz llorosa Lucenia.

—No lo sé no he podido comunicarme con ella. Simplemente desapareció —dijo Josarian, mientras expresaba incertidumbre en sus ojos.

 Lucenia continuó su relato.

—Primero llegué a tu casa. La sirvienta me dijo que le habías llamado para decirle que se encontraban en la clínica. Y así fue como llegué allá contigo —finalizó Lucenia y se retiró sin despedirse caminando como si fuera un robot.
El resto del sepelio pasó de lo más tranquilo. Sin nada de particular. Como cualquier otro.

* * *

Al siguiente día, el cuerpo fue trasladado al lugar donde sería cremado.

Se disponían cremar el cuerpo. Se encontraba ya en el crematorio listo para proceder.

El encargado de esa tarea sería precisamente el hombre borracho que hiciera el escándalo en la fiesta por algo relacionado con ella.

—¡Lástima! ¡Qué bella chica! —pensó el responsable de realizar tan desagradable labor.

Ferenielle se desesperaba. Trató de moverse, pero no pudo. No pudo mover ni un músculo de su cuerpo. Eran momentos de terror que vivía. Como nunca llegó a imaginar.

—¡Estoy viva! ¡No me cremen! —Gritó para sus adentros con una extrema desesperación—. ¡Yaníndore! ¡Amiga mía! ¡¿Dónde estás para que impidas esta cosa tan horrenda que está apunto de pasarme?!

Quiso llorar, pero no pudo. Nada pudo hacer. La amiga nunca apareció había desaparecido misteriosamente.

Fue puesta en la banda transportadora e introducida al crematorio. El encargado cerró la puerta y se dirigió al botón de encendido. Se detuvo por unos instantes. Sabía que no era cualquier cosa presionar aquel interruptor. Significaba reducir a cenizas el cuerpo de una persona.

—¡Qué horrible sería si no estuviera muerto el que fuera a pasar por esto! ¿Qué sería más horrible: morir quemado aquí o enterrado vivo? ­—Pensó el encargado al encender el crematorio.

—¡Nooooo! —Gritó Ferenielle e intentó moverse, mientras la flama del fuego se encendía, y empezó a quemar a aquel cuerpo vivo, pero sin movimiento.

Ferenielle, en su interior, gritó con tal desesperación, que, tal vez, el encargado lo alcanzó a escuchar.

Según él, creyó escuchar un gemido que provenía del exterior de donde se encontraba. No podía ser en ninguna manera desde dentro de las llamas.

—¡¿Qué raro?! Clarito escuché que alguien gemía, como un grito. ¡¿Será acaso…?! ¡No! Tal vez fue de fuera. La idea que se me metió al principio de si estuviera alguien vivo y… ¡Ay! pensaré mejor en otra cosa. No sé qué me pasa. Nunca me había pasado esto, y ya llevo tiempo aquí ­—Se estremeció y pensó en voz alta aquel personaje, con uno de los trabajos, que nadie quisiera tener. Mientras en el interior del crematorio, el cuerpo era consumido por el fuego.

Mas cuando él se atrevió y volteó a ver a través de la ventana de cristal hacia  el interior del crematorio.

—¡No puede ser! —dijo con una voz entrecortada y miedosa llenó de horror al ver lo que veía dentro.

Más tarde, el cofre con las cenizas le fue entregado a Josarian. Lo puso en el lugar especial de la casa, al pie del enorme retrato de Ferenielle.

En la residencia de los Orbacam esa noche no había nadie. Toda la casa en su interior se encontraba en penumbras. Todo el lugar estaba en silencio. De pronto se escuchó que se arrastraban unos pasos, mientras se oían unos sollozos espantosos.

¡Se alumbró el retrato de Ferenielle!





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