Capítulo 5
Superstición
Finalmente
Xassena y Josarian decidieron ir a vivir a la casa. Al fin y al cabo si a
Xassena no le importaba vivir en el mismo lugar en el que había vivido la otra,
no había ningún motivo el seguir quedándose en el departamento. Al menos ella
pensaba eso, porque no sabía que en realidad Josarian también tenía miedo de
vivir ahí por todas las emociones encontradas que había estado sintiendo
últimamente. Él deseaba más que nadie alejarse de ese lugar que le hacían
recordar todo lo vivido anteriormente, pero a la vez sentía que algo lo atraía
ahí con una fuerza que no podía explicar.
Así
que empacaron todas sus cosas y se mudaron sin más a aquella casa. Josarian se
tomó ese día la tarde libre para realizar el cambio y estuvo con Xassena todo
el tiempo desde el mediodía hasta la tarde que tuvo que salir por asuntos de trabajo
que no pudieron solucionar sin su presencia.
Cuando
entraba a la casa esta vez para vivir en ella, las dudas le asaltaban sobre si
habría hecho lo correcto ¿No se arrepentiría de haber tomado esa decisión?
¿Podría vivir lidiando con el recuerdo de la anterior esposa de Josarian? No
era lo mismo saber que ella sería la segunda esposa; pero la difunta se
encontrara lejos de ellos en algún lugar, que tener recuerdos palpables que se
encargarían de recordársela cada día. Especialmente el enorme cuadro y, peor
aún, el cofre de las cenizas. La primera esposa estaría presente en sus vidas,
no en presencia humana, pero al final de cuentas, era ella.
Niembri
se encargó de mostrarle toda la casa, para que se fuera familiarizando con
ella; le mostró todos los cuartos destinados para los huéspedes, y,
especialmente, el que ocuparían ellos dos.
Todo
tipo de flores había mandado poner Josarian en el cuarto que ocuparían; y por
supuesto, esas que sabía le gustaban tanto a su ahora esposa: las calas de
color rojo; detalle que le había encantado a Xassena.
“El señor no tardará en regresar, dejó dicho
que estaría para la cena”, le informó la doméstica y antes de marcharse le
recordó que la cena estaría en 1 hora. La dejó sola para que se pusiera cómoda.
La
primera noche que pasó ahí fue muy inquietante para Xassena. No podía conciliar
el sueño. Solo daba vueltas en la cama mientras veía dormir plácidamente a
Josarian. También vio como pasaban los segundos, minutos y horas, y ella seguía
sin poder pegar los ojos. Se alegró de que no iría a trabajar temprano el
siguiente día.
Al
checar en su reloj que ya eran las 3 de la mañana se decidió a bajar a tomar un
vaso de leche tibia. Tal vez eso le ayudaría a que la venciera el sueño.
Lentamente se levantó de la cama, pues no quería hacer ruido y despertar a
Josarian. Presurosa se puso la bata de noche al sentir que un leve frío la
abrazó. Camino sigilosa hasta la puerta a la cual abrió con cautela y salió a
hurtadillas como ladrón huyendo con su motín.
Cuando
Xassena llegó a las escaleras volteó hacia abajo viendo la casa a oscuras.
Sintió miedo. También volteó hacia los otros cuartos preguntándose en dónde
habían querido matar a la chica asustadiza, jamás se imaginó que había salido
precisamente de él, y sintió más miedo aún,
pero lo venció: al fin y al cabo ya había salido de su cuarto que era lo más
díficil. Se armó de valor y frotándose los brazos, como si tuviera frío, bajó a
paso lento los escalones. Tenía la clásica idea de que alguien iba caminando
atrás de ella. Incluso pudo percibir, según ella, un resuello jadeante cerca de
sus oídos, por lo cual volteó aprisa, pero era solo su imaginación que la
traicionaba a ratos.
Tenía
que pasar por el gran salón para llegar a la cocina y, obviamente, cuando pasó
por ahí le llamó poderosamente la atención el cuadro de Ferenielle y el cofre
de sus cenizas al pie de este. El lugar lucía tétrico entre aquellas sombras
oscuras. El silencio reinaba; pareciera que todo ser viviente prefería alejarse
de ahí; entre más lejos, mejor. A cualquiera se le hubiera encrespado el pelo
con solo ver aquella escena, y Xassena no fue la excepción. Pero de todas
maneras hizo acopio del valor suficiente para
actuar, se atrevió a pararse enfrente de los objetos de miedo, y aunque revivió
lo que pensó haber visto la última vez que estuvo en ese mismo sitio empezó una
pequeña charla con la dueña de ellos.
—Bien,
Ferenielle…Aquí me tienes —dijo Xassena rompiendo el silencio reinante mientras
veía fijamente el retrato y continuó—. He venido a tener una plática contigo.
Yo no he venido a quitarte nada. Lo tuyo fue en tu tiempo y ahora tú no estás.
Ahora es mi tiempo. Quiero que te quede claro que yo no trato de usurparte. No
sé de qué te habrás enterado de Josarian y tampoco sé si eso fue condicionante
para tu muerte. Solo quiero que me des una señal si estás o no enfadada con que
yo esté aquí.
Dejó
de hablar, pero seguía con su mirada fija en la imagen altiva de la pintura.
Cualquiera que la hubiera visto en ese momento hubiera jurado que se encontraba
bajo hipnosis. Calló por un tiempo, en el cual no ocurrió ningún evento,
volviendo ser el silencio el amo y señor del ambiente.
—No
dices nada —rompió por fin aquel silencio sepulcral—, eso significa que te es
indiferente que yo me encuentre aquí.
Xassena
tomó el silencio como un no como respuesta por parte de Ferenielle.
Se
dispuso a dirigirse hacia la cocina cuando un ruido que provenía del lugar
donde se encontraba las escaleras atrajo su atención. Se regresó en sus pasos
para averiguar que sucedía. Fue recibida con una luz que iluminó su rostro
cegándola, lo que hizo que reaccionara levantando rápidamente la mano para
bloquearla.
—¿Quién
anda ahí? —demandó autoritaria una voz grave que de inmediato reconoció. Era
Josarian quien le apuntaba con una linterna.
—Soy
yo, Xassena —respondió, al tiempo que él se percató que le estaba molestando la
luz de la linterna e inmediatamente la dirigió hacia otro lado.
—¿Qué
haces a estás horas levantada? —dijo acercándose para darle un beso en la
frente.
—Es
que no podía dormir y bajé a tomar un vaso de leche tibia.
Dirigía
disimuladamente la vista hacia el sitio donde había estado hace unos minutos.
—Cuando
bajaba las escaleras creí escuchar murmullo de voces. ¿Con quién hablabas?
¿Eras tú quien hablabas? —preguntó insistente Josarian.
—Si
era yo, pero no hablaba con nadie. Pensaba en voz alta —respondió con miedo
Xassena temiéndose descubierta—. ¿Alcanzaste a oír lo que decía? —preguntó
aquéllo con el menor sobresalto posible.
—No,
solo escuché el murmullo, pero no entendí que era lo que se decía. Ven vamos a
la cocina, te acompañaré también a tomar un vaso de leche tibia.
Él la
tomó de la cintura y juntos guiaron sus pasos en busca del líquido blanco.
El
resto de la noche pudo medio conciliar el sueño, logrando descansar un poco de
lo que el agitado día le dejó.
La tía
Ángela no estaba muy convencida todavía de lo que había hecho Xassena de
casarse con un hombre viudo. Aparte de que era viudo, no sabía porque había
aceptado, además, tener en la misma casa las cenizas de la otra, su abuela
siempre les había aconsejado, si estuvieran ante tal situación, que no lo
aceptaran, por lo de la superstición.
Si
bien no se había opuesto a ello, no era precisamente porque estaba de acuerdo.
Lo que no quería era interferir en las decisiones de vida de su sobrina. Ella
tenía muy presente que debía de respetar las decisiones que Xassena tomara. No
entendía porque algunas personas si se empeñaban en participar en las
decisiones de sus hijos, y es más, escoger con quien compartirían el resto de
sus vidas.
Le
había dado un consejo sí, pero nunca pasó por su cabeza imponer nada. Se había
sorprendido que sus padres tampoco se hubieran opuesto a su matrimonio; en
especial Nora, su hermana, que era muy convencionalista. Solo se había limitado
a asistir a la boda, sonreír y desearle una vida feliz y retirarse como si
nada. No sabía que Xassena le mintió al respecto, nunca le dijo que Josarian
era viudo y menos el detalle de las cenizas. A ella le había dicho que le había
contado todo acerca de su ahora marido.
En eso
si estaban de acuerdo Ángela y Nancy, ambas sabían de la superstición de que
era de mala suerte tener el cofre de las cenizas de la otra en la propia casa.
Así se lo hicieron saber esa tarde que había pasado Xassena con ellas. Cuando
se encontraban platicando cómodamente en la sala del departamento de la tía
Ángela. Como siempre Xassena y Nancy sentadas en el sillón grande y Ángela en
el sillón individual.
—No sé
si quedarme aquí tía Ángela, pues Josarian salió de viaje —pausó un momento y
luego añadió—. Lo voy a extrañar mucho
porque saben soy muy feliz a su lado —dijo suspirando profundamente Xassena.
Aunque no estaba muy segura de eso.
—Sí. Eso puede notarse a leguas de
distancia (?) —dijo con ironía tía Ángela.
—¿Qué tratas de decir con eso? —preguntó
Xassena.
—Lo que ya te habíamos dicho, niña. Las
cenizas de la otra esposa de Josarian —dijo Nancy haciendo una expresión de
desespero.
La hermana de Xassena, Nelly, que
entraba alcanzó a oír lo que Nancy había dicho y de inmediato, y con sorpresa,
cuestionó a Xassena al respecto.
—¡Cómo!, Josarian, ¿es viudo?! ¿A qué se
refieren al hablar de las cenizas? ¡No me digas que las tiene en la casa!
—demandó Nelly saber, mientras veía fijamente a Xassena. Como su hermana guardó
silencio, ésta insistió —Nuestra madre no sabe, ¿verdad? ¡No dices nada,
Xassena!
—¡No hay nada que decir! —Dijo
calmadamente Xassena y continuó sentenciando —¡Ni tú dirás nada!
—¡Ya sé que soy tu hermana menor, pero
esto…! —dijo dejándose caer en el tercer sillón del juego de sala.
—Ahora entiendo porque mi hermana no
dijo nada, ni se opuso —dijo pensando en voz alta tía Angela.
—¡Y nadie dirá nada!
—volvió a decir en tono de sentencia Xassena y repartió su mirada entre todas.
Nelly se levantó
enfurecida de su lugar y en total desacuerdo decidió irse de la reunión. Se
dirigió a su cuarto y se encerró.
—Pero al menos
déjanos decirte, Xassena, que se dice que hay una superstición de que es de
mala suerte tener la cenizas de la difunta esposa en casa. —dijo seriamente tía
Ángela.
—Sí, es cierto. Yo
también sé lo mismo. Se dice que puede traer mala suerte al matrimonio. Sé que
ya te habíamos dicho que no las aceptaras, pero no dijimos por qué —dijo Nancy
con sus ojos puestos en Xassena, en los cuales se leía seriedad, miedo e
incertidumbre.
—Tía, Amiga, ¡es que
yo lo amo! —dijo Xassena entre el llanto, lo cual dejó sin palabras a todas y continuó—. Esto es más
fuerte que yo. No me importa lo que esté alrededor —Xassena movía la cabeza,
hizo una pausa antes de proseguir—. Yo sabré luchar contra ello con tal de
salvar nuestro amor —dijo firmemente Xassena limpiándose las lágrimas; dando
entender que no debería ser causa de llanto eso y agregó—. Estoy dispuesta ha
enfrentarlo todo por el amor que siempre soñé —Dijo mostrando una seguridad,
para después preguntar lo siguiente—: ¿Si me pueden entender? ¡Esto es más
fuerte que yo! —dijo llevándose la mano al pecho.
La tía Ángela se
levantó de su lugar y se sentó a un lado de Xassena.
—Te entendemos, hija.
Me parece muy bonito de tu parte que luches por el amor. Estoy segura que Dios
te ayudará. A lo mejor y ni es cierto lo de la superstición —dijo mientras le
acariciaba su pelo.
—Puede ser. Luego se
dice muchas cosas que no son ciertas. Lo único cierto es que se debe luchar por
el amor como tú dices Xassena —comentó su amiga y continuo con entusiasmo—.
¡Arriba el amor!
Xassena se levantó de
su lugar y se paraba en medio de la sala y volteó a ver a las dos.
—Bueno, la vez que
iba entrando en esa casa para vivir, porque ya habíamos ido cuando fuimos a la
fiesta, debo aceptar que tuve un mal presentimiento. La primera noche que pasé
ahí acepto que tenía miedo, y no podía dormir —dijo Xassena ya más calmada.
—¿Y qué hiciste
cuando no podías conciliar el sueño? —preguntó Nancy.
—Volteaba a cada rato
a ver el reloj y veía las horas pasar, y solo daba vueltas en cama. A las 3 de
la mañana Josarian me acompañó a tomar un vaso de leche tibia —Les contó
Xassena, pero omitiendo detalles de lo de aquella vez.
—Tenías miedo y no
podías dormir, entiendo. Hubieras aprovechado tu insomnio. Cuando yo no tengo
sueño aprovecho para escuchar el programa de radio que emiten a las 12 de la
noche, creo que se llama “Noches de espanto”. Si, ese es su nombre —dijo Nancy
con un halo de misterio en su voz.
—Sí, yo también lo he
oído, pero en ese rato no me acordé; además no iba a dejar dormir a Josarian
—dijo Xassena, luego voltea a ver a su tía y le hace una pregunta —. ¿Lo has
escuchado tú, tía?
—A veces. Si tengo
tiempo, si —dijo tía Ángela sin mucho interés.
Se hacía tarde y
Xassena le llamó al chofer para que fuera a recogerla para ir de regreso a la
casa. Al final se había decidido a quedarse sola.
Antes de marcharse,
quedó con Nancy que pasaría por ella el día siguiente a las 2 p.m para ir al
despacho del licenciado Malaou. No podía decirle por teléfono que ya no
seguiría trabajando con él. Josarian le había insistido que no trabajara más.
En el trayecto del
departamento de su tía y su destino, aún clareaba algo el ambiente. Su mente
divagó hasta llegar en el momento de la salida de su esposo; que había sido con
tantas prisas que, no había alcanzado a plantearle la idea de irse a quedar con
la tía Ángela, y ahora debía quedarse sola en aquella casona. Aunque sabía
perfectamente que Josarian no se molestaría si se hubiera decidido a hacerlo.
Cuando llegó a la
mansión, la noche ya cubría el cielo. La luna estaba en cuarto menguante y
brillaba tenuemente, por lo que no estaba oscuro del todo.
Cuando entró a su,
ahora nuevo hogar, las luces estaban encendidas aún. Recorrió su mirada por ese
lugar, en el cual, esa noche la pasaría sola. Se alegró cuando vio a Niembri
que salió a recibirla para que le diera instrucciones. Al menos no estaría completamente
sola en la casa, pensó Xassena. Puedes retirarte a descansar, pero primero
debes de apagar las luces de toda la casa, le hizo saber su última labor del
día.
Después de la orden
dada, Xassena subió a su cuarto y lo primero que hizo fue tomar una ducha.
Sentía las gotas recorrer su cuerpo y eso la relajaban. De esa manera podría
conciliar el sueño. No quería pasar esa noche en vela otra vez.
Cuando se disponía a
salir de la ducha, escuchó el timbre del teléfono. Se apresuró en su salida
para pronto levantar el auricular. Sabía perfectamente que era Josarian. No se
equivocó, era él quien le hablaba. Estuvo un buen tiempo platicando lo clásico,
¿cómo te va?, ¿Cómo estás?, y terminaban con un te quiero.
Se dirigió al armario
y de una maleta con llave sacó la computadora portátil de Ferenielle. Esta vez
la sacaba porque no estaba Josarian, no quería que la viera, pues podría
reconocerla. Estuvo checando archivos que presentaría al siguiente día en la
universidad.
Eran las 8 y 30 de la
noche cuando Xassena volvió a esconder la laptop; se tiró en la cama y se
durmió profundamente.
Después de un rato
empezó a soñar. En el sueño le retumbaban las palabras “El cofre de las cenizas es de mala suerte. ¡Te harán daño!”, le
advertían en el sueño, pero no supo quién. Escuchó un grito desgarrador, por el
cual despertó. Estaba confundida, no sabía si el grito había sido en el sueño o
en la realidad. Ni tampoco supo la razón del mismo.
Xassena Volteó a ver
la hora en su pequeño radio reloj despertador de color negro. Era el que muchas
veces la había salvado de que se le hiciese tarde para su trabajo. Se lo había
llevado consigo porque su idea era de seguir trabajando, pero al final de
cuentas no fue así.
En el reloj vio
claramente en números rojos la hora: 11:30 p.m; “dormí 2 horas”, pensó. Pero de inmediato vino a su mente la
pesadilla que tuvo. ¿Quién le advertía en su sueño? En la realidad eran su tía
y Nancy, pero las que soñó no eran ellas. Además, ese grito, ¿quién lo
emitiría?
—¿Sería Niembri? —se
preguntó Xassena.
Se levantó
rápidamente y corrió hacia la puerta, la entreabrió, pero no se animó a salir
completamente. Se limitó a observar desde ahí, pero no vio, ni escuchó nada
raro.
Regresó a la cama y
se recostó, pero ya no pudo conciliar el sueño.
Un rato después
volvió a ver la hora y vio los números rojos que marcaban las 12 y 15. Sintió
miedo de ellos esta vez, pues le recordaron las palabras de su abuela cuando le
dijo que le daba miedo ver esos números del reloj de ese color en la noche,
porque los asociaba con lo malo.
Sentía miedo, mas no
supo por qué, pero algo la llevó a encender el radio de su reloj despertador.
Tal vez porque había recordado el programa que mencionaron en su plática de esa
tarde.
Colocó la almohada en
el respaldo de su recamará, y en el radio, buscó la estación que emitía aquel
programa hasta encontrarlo. Apoyando sus manos sobre la cama, se acomodó
recargándose sobre el cojín y empezó a escucharlo.
—…si, me asomé por el
cristal del pequeño féretro y en el bebé muerto alcancé a ver que unos bichos
pequeñitos de color gris caminaban alrededor de sus labios —dijo la
radioescucha.
—¿Los había por algún
otro lado? —preguntó el locutor.
—No, no había esos
extraños bichos en otra parte de su cuerpo, solo caminaban alrededor de sus
labios. Lo extraño era que no se salían de esos límites —dijo la radioescucha poniéndole énfasis.
—Esos bichitos eran
abrojos —dijo el locutor.
—¿Abrojos? Y, ¿por
qué caminar solo por el contorno de sus labios? No entiendo —dijo sorprendida
la radioescucha.
—No lo sabemos,
nosotros no somos médicos. Si alguno nos está escuchando y nos hiciera el favor
de explicarnos al respecto se lo agredeceríamos mucho. ¿Algo más que quiera
agregar?
—No, eso era todo lo
que quería preguntarle. ¡Gracias!
—Bueno ¡Gracias, a
usted por llamarnos! Estamos en “Noches de espanto” vamos a recibir la
siguiente llamada. Si, buenas noches. ¿Quién nos llama?
—Prefiero no decir mi
nombre —dijo la otra radioescucha.
—Está bien. Como
usted decida. ¿Cuál es esa experiencia espeluznante que quiere compartir con
nosotros?
—No es una
experiencia espeluznante. Lo que quiero es hacerle una pregunta —dijo
misteriosamente la radioescucha.
—¡Ah, sí!, a ver
háganos su pregunta y con gusto la sacaremos de duda —dijo amablemente el
locutor.
—Llamé para
preguntarle ¿es de mala suerte tener el cofre de las cenizas de la difunta
esposa en la casa?, es decir, si yo soy la esposa y hubiere permitido que mi
esposo conservara dichas cenizas en nuestra casa. ¿Qué opina al respecto
locutor?
Al oír esto, Xassena
se dio cuenta perfectamente que se trataba de Nancy. Cuando la empezó a
escuchar se le había hecho familiar la voz, y ahora con la pregunta que
formulaba, no tenía ya ninguna duda. Intrigada esperaba con ansia la respuesta
del locutor.
—¡Mmm! Eso es muy
poco usual. Nunca me habían hecho ese tipo de pregunta. Ni siquiera pensé que
alguien fuera capaz de aceptar tal cosa —titubeó el locutor. Eso era una cosa
muy delicada y trataba de cuidar bien lo que diría. Discretamente le preguntó
lo siguiente: —¿Es usted la esposa?
—No, yo no lo soy. Es
una amiga, pero como le dije no daré nombres. Solo quiero saber ¿puede usted
responder a mi pregunta? —Insistió Nancy.
—Le diré lo que dicen
algunos expertos: dicen que el alma de la otra podría llegar a posesionarse de
la actual esposa y pasar cosas muy díficiles de explicar; como que la nueva
esposa tomé actitudes extrañas, propias de la difunta. Se podrían presentar
actos y hechos inexplicables para la ciencia. Mala vibra para la pareja. Sí, es
de mala suerte como usted ya lo dijo; No funcionarían como matrimonio. —dijo el
locutor.
—¿Qué podría hacerse
al respecto? —preguntó Nancy nuevamente.
—Bueno, no puedo
decírselo porque cada caso no se presenta de igual forma, necesitaría ver los
acontecimientos para de ahí poder partir en qué podíamos hacer.
—¡Muchas gracias,
locutor! —dijo Nancy educadamente.
—¡De nada, querida
radioescucha! Si llega a necesitar ayuda, ya sabe donde localizarnos. Y gracias
por participar en “Noches de espanto”. ¡Tenga una buena “Noche de espanto”!
—Ese si fue un raro
caso, ¿Verdad, muchachos? ¿Verdad queridos radioescuchas? Nunca había escuchado
de un caso igual —Dijo el locutor todavía con palabras de asombro—. Pero en
fin, ha de haber muchos otros casos más por ahí igual de raros que quisiéramos
oír, ¡Anímese y llámenos! si quiere compartirlo con nosotros esa experiencia
rara, anormal, inexplicable, sobrenatural que haya tenido o para alguna
pregunta que quiera hacer relacionada con los temas que trata el programa…
No terminó de decir
el locutor porque Xassena apagó rápidamente el radio. Se levantó lentamente de
su cama pensativa y salió de su cuarto cerrando despacio la puerta. De igual
modo bajó las escaleras y se dirigió hacia donde se encontraba el enorme cuadro
y el cofre de las cenizas. Los vio a ambos, pero más detenidamente al cofre de
las cenizas.
Como si una fuerza
sobrehumana la hubiera empujado Xassena cayó al suelo, pero no se desmayó o
perdió el conocimiento; simplemente sintió que sus piernas se debilitaban no
pudiendo sostenerla en pie y cayó cuán larga era sobre el piso. Se levantó de
inmediato, no entendía por qué le había sucedido eso. Ni siquiera decir que el
aire, puesto que no había por donde entrara.
Al estar otra vez en
pie, volteó a ver hacia la puerta que llevaba al sotáno. Se vio de pronto invadida por un deseo fortísimo
de bajar él, como que algo la llamaba desde ahí. ¿Sería una coincidencia que
sintiera esa necesidad? ¿Acaso sería lo que había dicho el locutor? Ferenielle,
¿La había empezado a poseer? ¿Había empezado a cumplirse la superstición?
¿Empezarían a suceder cosas extrañas alrededor de ella?
Intentó abrir la
puerta del sótano, pero estaba cerrado. Quiso forzar la puerta, eso despertaría
y llamaría la atención de Niembri, pensó. Por lo que desistió de la idea y
volvió a subir las escaleras, buscaría la manera de apoderarse de aquellas
llaves para poder acceder a ese lugar que la atraía como un imán.
A la mañana siguiente
Xassena bajó a almorzar, no quería hacerlo sola por lo que le pidió a Niembri que la acompañara, con la otra
doméstica no había hecho buena relación, no se prestaba mucho para eso.
Decidieron hacerlo en
el comedor del jardín que se encontraba en la parte posterior de la casa. A
decir verdad, Xassena era la que había sugerido hacerlo allá, deseaba apreciar
las flores por la mañana, respirar el aire puro y oír el canto de los
pajarillos. Ansiosa de eso, apresuró sus pasos adelantándose para aguardar en
el patio por los alimentos. No aguantó las ganas de ir a admirar la alberca, y
caminó hacia ella. Cuando visitaba los canales o arroyos en el rancho, siempre
le gustaba verse reflejada en el agua, así que se agachó para observarse, pero
en lugar de verse ella reflejada vio en su reflejo a ¡Ferenielle!; asustada, de
prisa, se enderezó, quiso volver a corroborarlo, pero Niembri ya le hablaba.
Ella se había encargado de llevar la bandeja con lo preparado y le pedía que
viniera para sentarse.
Xassena se dirigió
hacia el comedor, pero aunque quería disimular, su semblante la delató. Cuando
se disponía a sentarse seguía aún pensativa.
—¿Qué tiene, señora?
La noto rara, como si hubiera visto a un muerto.
—¿Sí? Es natural, no
tuve buena noche.
—Dígame, yo le puedo
preparar un té buenísimo para eso —dijo muy sonriente Niembri.
En ese momento el
teléfono sonó. La doméstica se levantó y lo contestó inmediatamente. Tenían un
inalámbrico sobre una mesita. Por las prisas, por poco y se le caía, por lo que
ambas rieron. Niembri escuchó la voz del otro lado del auricular y le informó
en voz baja a Xassena que se trataba de Josarian. Xassena rápidamente le pidió
el teléfono. Lo que platicó con él le alegró porque le avisó que pronto estaría
de regreso. Decidió prepararle una sorpresa, en verdad deseaba complacerle.
Más tarde, se vistió
de la misma forma como siempre lo hacía. Optó por usar unos pantalones guindos
de vestir combinándolos con una blusa beige oscura de botones. Escogió unos
zapatos de tacón y plataforma de color café oscuro con detalles de madera. Se
miró en el espejo no muy convencida, decidió que ya era hora de cambiar de
guardarropa. “Debería de vestirme más
apropiada para mi nueva vida”, pensó.
Salió y el chofer ya
la esperaba para llevarla a los lugares que ella le dijera. Le dijo su primer
destino: el departamento de su tía.
Nancy ya la esperaba
allá, ocasión que aprovechó Nelly para hacerle plática y acercarse más a ella.
Deseaba hacerse amiga de Nancy por conveniencia. De ese modo estaría más cerca
de los muchachos. Nancy no sabía que a Nelly también le interesó Damián al
conocerle. Había empezado una campaña de acoso hacia los chicos. Damián no se
hacía del rogar; René, por su parte, la ignoraba por completo.
Un poco más tarde,
Xassena, Nancy y el licenciado Malaou estaban sentados ya en un restaurante, el
hombre las había invitado a comer. Él iba de salida del bufete, de milagro lo
habían alcanzado, “Un poco más y lo
perdemos”, había dicho Xassena. Estaban a la espera de que les trajeran lo
que habían ordenado.
Mientras esperaban
charlaban. Nancy estaba en medio de los dos, como si fuese el árbitro. De vez
en cuando participaba en la conversación, pero la mayoría del tiempo solo los
miraba en silencio, especialmente al licenciado. Empezó a ponerle atención: “No le había visto bien es más guapo de lo
que pensé”, se dijo. Desde ese momento empezó hacérsele interesante y
amenazaba con crecer.
Llegaron los
platillos, pero eso no fue motivo suficiente para dejar de platicar.
Luego de un rato
terminaban de tomar sus alimentos, el licenciado tomó una servilleta y limpió
su boca fue cuando hizo la pregunta obligada.
—Todavía no me ha
dicho el honor de su visita, Xassena —Dirigió su mirada a ambas y corrigió—.
Bueno, no me han dicho el honor de su visita, respetables damas.
Xassena y Nancy no
pudieron más que esbozar una sonrisa, que duró poco cuando la primera contestó.
—¡Gracias,
licenciado!, pero no le va a gustar. La razón por la que fui a buscarle era
para avisarle que hemos decidido Josarian y yo que ya no trabajaría más —lo
soltó todo de a una vez.
El licenciado recibió
la noticia deportivamente y expresó: —Si es por el bien de la pareja, ¡todo
está bien!, no se puede pelear en contra del amor.
—¡Gracias,
licenciado! Otra vez, estoy muy agradecida con usted por todo su apoyo cuando
más lo necesite y que mis estudios de la carrera se tambaleaba. No tengo con
que pagárselo.
Tomó una servilleta y
escribió en ella.
¡Gracias! Fue y es un buen amigo.
Lluego la levantó
para mostrársela.
El licenciado leyó lo
que decía y asintió con la cabeza.
—Así lo considero
ahora, licenciado. Si usted es amigo de Josarian, es amigo mío también —dijo
Xassena tomándolo de las manos.
—Y si no fuera amigo
de Josarian, de todas maneras lo sería de usted, Xassena. Es muy fácil llegar a
hacer amigo suyo —luego se dirigió hacia Nancy y preguntó—¿No es así, Nancy?
—Si, Xassena se da a
querer. ¡Es muy buena amiga! —expresó abrazándola.
—Ahora tendré que
buscar una nueva secretaria, y será muy difícil encontrar una tan eficiente
como usted, Xassena.
—Abusando de su
confianza, ¿le daría la oportunidad a Nancy que trabajara con usted? —dijo
apenada Xassena.
—¡Claro que sí! Si lo
desea puede empezar desde ya.
—Perfecto, ya tienes
trabajo, Nancy —dijo, mientras sacaba su teléfono móvil para checarlo y lo
volvió a introducir en su bolso.
—¡No me lo puedo
creer! No me cae el veinte —exclamó ahora emocionada Nancy.
—Me disculpan un
momento —pidió el licenciado levantándose de su lugar y se retiro.
—¡Gracias,
por llamar a noches de espanto! —dijo sarcásticamente Xassena.
—¡¿Lo
oíste?! —preguntó sorprendida Nancy, casi se ahogó con el agua que estaba
tomando.
—¡Sí,
lo escuché! —Reprochó Xassena mientras le ofrecía una servilleta—. Creo que fue
lo mejor saber con más detalle la superstición —dijo alzando una ceja.
—¿No
estás enojada, entonces? —preguntó Nancy viéndola con ojitos tiernos.
—¡No,
estoy enojadísima! ¡No, no es cierto! —jugó Xassena con sus palabras.
—Entonces,
ya sabes lo que tienes que hacer: llevar el cofre a enterrar al cementerio
—dijo Nancy apuntando hacia un lado con su mano izquierda y apuntó hacia el
lado contrario con su mano derecha al momento que decía la otra opción— o esparcir sus cenizas en algún lugar que
fuera preferido de ella. Eso dijo el locutor.
—¿Dijo
eso? Yo no escuché esa parte —dijo Xassena sorprendida.
—Si,
cuando terminé de hablar, se fueron a publicidad, pero cuando regresaron el
locutor volvió a hablar sobre tu caso y agregó lo que ya te dije —dijo Nancy,
mientras volteaba a checar si regresaba el licenciado y comprobó que así era.
—Yo lo
dejé de oír justo cuando empezaron a poner publicidad por eso no escuché lo
otro.
—¿Nos
vamos? —pidió cortésmente el licenciado mientras hacía una reverencia— De
pasada liquidé la cuenta.
Todos
se marcharon de ahí. No sin antes el licenciado le recordara a Nancy debería a
presentarse a trabajar al siguiente día.
Después
de tan agradable reunión, las chicas tomaron su rumbo. Xassena no sabía mucho
de almacenes de prestigio, así que cuando el chofer le preguntó hacia dónde
dirigirse le pidió que la llevara a donde iban las mujeres de sociedad de
compras, como el chofer ya tenía experiencia en eso, supo a donde llevarla.
Nancy
muy emocionada le ayudaba a escoger los sendos atuendos. Xassena lucía
realmente hermosa con todo lo que se probaba, aunque fue realmente difícil la
elección de los diseños en el plan de renovar su guardarropa con todos esos
bellísimos modelos.
Xassena
sabía que Ferenielle vestía siempre impecable con los diseños de lo mejores
modistas del mundo. No quería que la opacara, al menos no en demasía,
procuraría, con el tiempo, mejorar su apariencia en su manera de vestir, si
había decidido que su recuerdo no la sepultara, debería trabajar en eso. Ella
era la que debería estar sepultada.
Unas horas más tarde Nancy le platicaba
lo sucedido a Ángela. Además le contó que Xassena estaba escuchando el programa
“Noches de espanto” cuando ella había hablado para preguntar sobre la
superstición. Temía que se estuviera convirtiendo en realidad.
En ese
mismo instante alguien llegaba a la mansión y no le gustaba para nada con lo
que se encontraba. Era el carro lujoso de Josarian que se estacionaba al pie de
los escalones que subían a la puerta principal de la casa.
—–¿Por
qué estará todo oscuro? —–Pensó Josarian mientras se bajaba y volteaba para
todos lados.
Entró
entonces a la casa y prendió las luces del salón principal. Eso le recordó la
vez cuando llegó y Ferenielle tenía todo apagado.
¿Cómo
puede ser posible que esté pasando otra vez? —–murmuró Josarian.
Se
dirigió a su cuarto y estaba a oscuras, y no estaba Xassena ahí, bajó
nuevamente.
—–¡Xassena!,
¿Dónde estás? —–habló Josarian en voz alta, mientras pensaba que tal vez se
había ido a quedar con su tía cuando pensó que llegaría hasta al siguiente día.
—–¡Acá estoy amor! Te esperaba hasta
mañana—–respondió Xassena entrando por la puerta que llevaba al jardín de
atrás.
Josarian se quedó estupefacto, hasta sintió un poco
de miedo de ver que estaba ocurriendo lo mismo que había pasado con Ferenielle.
¿Sería una coincidencia que pasara lo mismo que había pasado con su anterior
esposa? ¿Acaso sería verdad lo de la superstición? ¿Por qué Xassena últimamente
había empezado a actuar de manera extraña? ¿Qué otros extraños sucesos podrían
presentarse alusivos a la superstición? ¿La superstición del cofre de las
cenizas sería verdad o mentira?
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